domingo, 26 de diciembre de 2010
La tigra
Se romperá contra la pared la taza enorme y amarilla que compraremos el próximo verano en la tienda de regalos de la casa Kafka en Praga junto con algunas postales y una playera que usarás sola para dormir esa noche mientras los restos destrozados y amarillos de taza se derivan escaleras abajo con fragmentos reconocibles del Puente de Carlos sobre las aguas grises de un río para siempre irrecuperable y una leve bruma subirá por la corriente parecida no en medida menor a la tira de humo larga y azulada que se deshilará de mi cigarrillo encendido bajo la fría noche invernal a pocas calles de tu casa que habré dejado cerrada la puerta de un portazo inobjetable que hará temblar la cristalería de las estrellas y el motor blanco del auto tendrá un ligero ronronear de gato cansado y acorralado al final de un callejón poco iluminado donde pasos pesados se dejarán repetir por el silencio iluminando mis pasos bajo un jarrón transparente o farola que un transeúnte distraído podrá fácilmente confundir con la luna cercado por el bestial hedor a mierda fresca y carne podrida que se hará más y más perceptible mientras distraído y enojado se acercará a los reflejos de óxido y acero apagado de la jaula pestilente que inflamará el sonido seco de patas y garras y crujir de dientes en el callejón cerrado como una boca abierta desde donde poco a poco mis ojos se irán acostumbrando a la temblorosa luz ante la que distinguiré sin duda y sin asombro casi el estacionamiento provisional de animales de circo que partirá unos días después de la ciudad dejando tras de sí un bosque de reflejos que será visible desde la cabina del trailer del viejo conductor como pedrería de un collar iridiscente y desperdigado sobre un valle de verdes árboles y carrizos dentados como la boca de la tigra que me observará desde el fondo apenas visible de su jaula con un collar opaco y desperdigado de tripas desanudándose de los belfos ante el menor asombro de una vieja osa vecina que estará bostezando y la indiferencia igualmente impenetrable de dos hermanas lobas blancas que mirarán el humo brumoso de mi cigarrillo cosquillear a través de los pesados barrotes hacia la nariz perlada de frío de la enorme tigra que estornudará cubriéndome la cara de espesos mocos tigrunos a manera de venganza porque los tigres necesitan bien poco y casi ningún argumento para ejercer un odio grande así encerrados como suelen estar en una piel hecha de terribles barrotes cercando un centro solar o luminosos mares sanguíneos de aguas pardas sobre las que cientos de puentes atraviesan llevando cargamentos de sombras con la agilidad del instante prensado sobre el terror y un estruendo de zarpas como barcos quebrándose como tazas en la clara rompiente del escollo o jaula o incluso furia de una garra amarilla que se proyectará fatalmente contra la pared de una escalera y dejará sus iridiscentes y desperdigados fragmentos de cerámica checa como fragmentos de taza al pie de una escalera que podría llevar a una habitación donde sólo podrían vivir fantasmas.
La sencilla importancia de unos lentes rojos
Este post se lee mejor con la siguiente canción sonando.
Gracias a Victoria Guerra por la recomendación involuntaria.
Durante el 2010 me dediqué a jugar con la aparición y desaparición del yo. Di cauce formal a distintos proyectos (algunos enteramente anónimos) que forman parte de una investigación interminable sobre el modo en que el yo -el mío, si me apresuran- se articula y opera. Llevo desde el 2008 un álbum fotodocumental en Facebook llamado "Mon semblable", en alusión, ni qué decirlo, al famoso verso de Baudelaire. En ese álbum he recogido imágenes de personas que, bajo la premisa de una contraseña secreta, eran retratadas para articular -sin saberlo- una lectura de mi yo a través del recurso metonímico de ser yo a través de mis lentes, unos lentes que me han acompañado por dos años y me han dado algunas aventuras muy curiosas que habrá que contar un día.
La contraseña secreta para figurar en "Mon semblable" es sencillamente pedir mis lentes. Son un objeto que suele llamar la atención, y es extraño ahora que lo pienso que un objeto haya servido para resumir o abstraer una imagen total de un "yo mismo" exportable. Es decir, no soy el tipo de persona nerudiana que "ama los objetos". Colecciono pocas cosas. Me mudo mucho, así que trato de mantener las maletas ligeras. Estos lentes vienen del pasado, claro, y parecen una especie de souvenir de un lugar donde nunca estuvimos. Tal vez por eso me gustaron tanto cuando los vi, porque parecían una postal de un lugar imposible, de la Unión Soviética, por ejemplo, un lugar que no podría ser visitado sino en la imaginación y cuya única evidencia eran precisamente estos lentes rojos que, hasta donde sé, no son para nada de carey sino de traslúcido plástico.
Estoy convencido de la importancia de los lentes porque quienes requerimos de ellos no tenemos otro modo de ver el mundo. Está la operación láser y los lentes de contacto, claro, pero usar lentes te permite toda una gama gestual que se clausura con la sobriedad turbadora de un rostro limpio, sin lentes. Funcionan, claro, para ayudar a llevar un defecto oftálmico, pero me gusta más pensar, me parece más seductor pensar que funcionan como una prótesis de la mirada: a través de diferentes lentes somos diferentes personas. "Todo depende del cristal con que se mire", suele decirse. Podríamos añadir que también "depende del cristal con que se sea."
He usado anteojos por 10 años ya, pero mi fascinación por los lentes y las prótesis, los disfraces, ha estado en mi horizonte desde que recuerdo. También desde cuando no recuerdo: hace poco encontré una foto donde yo tendría unos 3 años; estoy sentado en un hermoso e irrecuperable sofá de la primera casa donde viví; llevo un suéter guinda con cuadriculado blanco -bastante elegante, si me lo permiten-, con distintas letras blancas dentro de los espacios cuadriculados. Mi pose es relajada, aunque evidentemente sobreactuada: con una imposible concentración para esa edad, pretendo una afable sorpresa al notarme inocentemente distraído de la lectura de un grueso volumen. Llevo unos enormes anteojos de marco metálico con lentes muy ligeramente oscurecidos. Mi impresión actual es que ese niño que fui está mirando un mundo a través de unos anteojos que a todas luces no serían adecuados para él. Evidencian un exceso, y en ello radica su potencial imaginario: el exceso del que toda ficción se nutre. Exceso de sentido, podríamos decir. Ese niño que fui está haciendo su primer ejercicio de autoficción al asumir la personalidad tal vez no otra, sino de un objeto: los significantes implícitos culturalmente en unos enormes anteojos para leer.
Son anteojos precisamente porque van antepuestos a los ojos, pero funcionan también como una frontera o filtro entre la mirada y el mundo mirado. La mirada se ve fuertemente seducida a adoptar la estrategia de filtración que le presenta esa prótesis, a fijar la atención en ciertos aspectos de la realidad descartando otros. Esta mirada seducida es, a su vez,fuertemente imaginaria. En la sospecha de esta cadena lógica compré mis lentes traslúcidos-rojos en el verano del 2008 en una óptica que aún existe, en Insurgentes y Sonora, cerca de donde trabajaba entonces y por un extraño azar, a unos minutos de donde trabajo actualmente. Los anteojos previos (y los previos) eran aburridos modelos metálicos o incluso sin marco que sientan bien a personalidades más limitadas: el campo visual se ve acotado apenas un poco por encima de la nariz. Si mi problema óptico fuese más severo, con ellos no hubiera podido distinguir mucho alrededor de los pequeños marcos. Quería por entonces unos anteojos que me permitieran abarcar un radio considerable en todas direcciones. Estos lentes no eran todo lo perfectos que quería para ese propósito; mi prototipo ideal hubiera sido uno modelo parecido a los de Omar Rodríguez de The Mars Volta, que permiten esa extensión visual que se parece a una mirada que abre los brazos, a un búho en atenta, inmóvil cacería.
La gente comenzó a sentirse atraída por el objeto en sí, los anteojos, que no por mí mismo, por demás con muy poco que ofrecer. Comenzaron a pedirlos y comencé a fotografiarlos. Me parecía muy curioso que hombres y mujeres de distintas edades se sintieran atraídos, acaso como yo mismo, a un objeto si bien particular, perfectamente cotidiano, y que dieran a su vez cauce a esa curiosidad rompiendo el pudor y solicitando mis lentes para ponérselos. Es un rito común entre la gente que usa lentes el comparar el grado de ceguera del que se adolece a través de los lentes del otro. "¿Me veo como tú?", dicen entre ellos. Pero sería más apropiado afirmar "veo como tú". Me gusta pensar que tal vez los que me piden los lentes querrían "ver como yo", pero ciertamente no he inventado aún un modo inédito de mirar -un modo, pienso, análogo al que inventó John Cage, inédito de escuchar. Más cierto es decir que no tengo ninguna pretensión al respecto de la búsqueda de tal modo inédito, y sólo me ocupa, para fines prácticos, un modo mío. Este modo tiene que ver hasta ahora con ese desdoblamiento que consiste en verme mirado como me miran. El último integrante de esta colección de miradas, @ChumelTorres, se puso a ensayar un largo monólogo como -creo- supone que yo lo haría, analizando alguna invisible cosa de la que nadie tiene idea qué es. Han habido otros que adoptan una pose de pseudo intelectual sesudo e irremontable; otros, otras, de personalidades tan potentes que no se dejan seducir por el objeto y me miran como siempre, desde ellos, o tal vez un poco borroso a causa de la graduación de los lentes.
Si puedo hablar de una estrategia formal en este pequeño experimento, debo decir que es sólo parte de un plan mayor para descentrarme de la posibilidad de identificarme con un yo enteramente mío. No hay nada que me asuste más que ser alguien, un alguien perfectamente intercambiable, sin atributos, a decir de Musil, con gustos generales: una persona sin más. No sé por ahora si quiero ser una estrategia de mirada o de escritura, pero definitivamente no quiero ser alguien. Para perseguir este propósito, este año que termina he trabajado duramente en el proyecto de no saber quién soy, y he sido, para tales efectos, estos otros:
Ninja
(Con otra estrategia añadida de escritura ninja
que merecerá mención pronto.)
Guerrillero poético
Docente de universidad
Experto en tecnología
Psicoanalista
Performer privado
Mago
Mendigo
Fotógrafo
Conspirador político
Argentino
Analista financiero
Conferencista
Cabe decir que apenas soy cada una de esas ocupaciones o modos de ser, pero me he divertido muchísimo no siéndolas activamente. Quién sabe quién no seré el próximo año; quién sabe quién no seré mañana. Pero eso me gusta.
Quién, sabe.
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Javier Raya
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domingo, 28 de noviembre de 2010
Tijuanínsula, 2
Tardo meses en retomar la crónica de mi única visita a Tijuana. ¿Qué hay que decir de un viaje? Escribir un viaje se contrapone un poco a la idea del viaje mismo: fijar lo móvil. Repaso las notas de septiembre en Tijuana; me forzo a imaginarme de nuevo en esa piel que fui, a ser yo mismo -otro siempre- en circunstancias irrecuperables. ¿Y no ha dicho Agamben que el espacio del pensamiento es precisamente la ipseidad (ipsum) a diferencia de la identidad (idem)? Si algo pudiera rescatar todavía de esa memoria reciente sería la memoria misma como ejercicio de arqueología textual sobre mi caligrafía de sismógrafo. And off we go.
La primera noche me recibieron Norambuena y Yohanna en el aeropuerto. Hacia mucho frío. Luego de prender un cigarro ya en el exterior lo primero que recuerdo es la valla fronteriza. Ni con todos los días que estuvimos viviendo a 10 minutos de la frontera puedo quitarme la imagen de esa valla como símbolo vacío, es decir, desde su presencia más inmediata, no límite político sino objeto puesto ahí como desde siempre, con una extraña aura de tufillo histórico, como un monumento a un prócer sin nombre.
Salimos, bebimos, bailamos. Tijuana es generosa. Con todo, me asalta un sentimiento de peligro que no se irá mientras permanezca. Siento que seré apuñalado en cualquier momento --sentimiento extraño en mi carácter poco dado a la paranoia. Me explico. Entiendo la paranoia como una excesiva identificación del yo con el self, un desmesurado apego a lo uno mismo. En el DF puedo funcionar más o menos conforme al ritmo de la ciudad, a su respiración, a su movimiento. Sé dialogar con el "peligro" de la ciudad, del centro del país. Durante un viaje, en mí por lo menos, esa velocidad se desestabiliza para entrar en otro ritmo; el correlato de ese ritmo es una sensación constante de otredad, nutrida del desfase entre la percepción del yo y su velocidad y el reacomodo ambiental al que violentamente se ve sometido, además de la mitologización -no siempre exagerada- de la inseguridad y violencia en el norte geográfico que, curiosamente, se ve reflejada por la percepción que tiene la gente de acá arriba de las ciudades de allá abajo. Ese reacomodo de ritmos y fantasmas tenía los rasgos, la primera noche, de un cabaret lleno de gente bailando.
Las primeras imágenes tijuanenses son de encuentros y reencuentros afortunados. En el cabaret me topo con Yax, con Aurelio y con David, además de un nutrido grupo que con los días se volverá entrañable. No lo son aún y estoy cansado. Mucho. Pero es 16 de septiembre por la madrugada y hay un travesti personificando a Ana Gabriel, así que la cosa va de carnavalización.
Ese estado de excepción no durará mucho. Mediante el delirio nos independizamos de la moralidad y de la lógica de corrección en términos políticos, pero hasta Breton entendía que no se puede transigir siempre frente a la posibilidad de los hermosos sacrilegios: la labor de la obscenidad es precisamente sustentar la estabilidad del sistema. La metáfora de la válvula de escape aplicada a Tijuana, de más está decirlo, le es insuficiente. No es así de simple: Tijuana no es el lugar de lo prohibido donde la gente va a hacer cosas que no se atreve en otro lado. Pero su velocidad particular es tan extraña que me desfaso más y más, lo que aunado a la sensación de que no debería estar aquí, de lo inesperado y dudoso de la invitación para hacer este viaje, hacen, por así decirlo, que mi conciencia camine como una tenue sombra de mi cuerpo casi maquinal. No quiero bailar pero no hay donde sentarse. Veo siempre a las multitudes como un accidente, un flujo; una multitud así de autoconsciente en su ser-multitud me abruma, aquí, en el DF y probablemente también en China. Me quedo dormido a ratos, moviéndome torpemente sobre la pista, mientras la cerveza gana temperatura en la mano y escucho cada vez con mayor dificultad la poca plática que los demás le hacen a un yo tan aburrido como el mío.
Por la mañana, un pequeño estante de libros en el hostal. Encuentro The best american essays 1995, seleccionados por Jamaica Kincaid, que llevaré conmigo al DF. Dedico la mañana a leer "The necessity of poetry" de Charles Simic y a observar la frontera desde el quinto (¿sexto?) piso. Escribo "la tierra es del mismo color a ambos lados", como si se pudiera decir algo en dudosísima clave poética frente al hecho mismo del muro, de su presencia indudable. Pero no hablo desde mí entonces; no veo desde yo en esa ventana. No es yo quien escucha el puro abrir y cerrar de puertas, el hormiguero de gente que ha venido al encuentro (decir "de escritores" es exageración en algunos casos) despertando pasado el medio día y las voces apagadas colgando zumbidos de las paredes como colmenas. No sé quién es el yo que habla. Entra H.H. Me habla sobre una novelita de Jamaica Kincaid, llamada Autobiografía de mi madre. La buscaré semanas después sin éxito, pero en su lugar, Rojo me pasará un texto interesante de la universidad de Harvard donde Kincaid expone cierta radicalidad en la lectura de la lírica hip-hopera. Pero entonces estoy en el cuarto, desvelado, crudo y con muchas presentaciones y lecturas qué hacer. No me han traído por pura amabilidad, así que hay que levantarse y entrar al trajín del hostal. Me da pena hablar. Conozco a pocos.
Escribo:
Y después de la primera lectura pública:
La primera noche me recibieron Norambuena y Yohanna en el aeropuerto. Hacia mucho frío. Luego de prender un cigarro ya en el exterior lo primero que recuerdo es la valla fronteriza. Ni con todos los días que estuvimos viviendo a 10 minutos de la frontera puedo quitarme la imagen de esa valla como símbolo vacío, es decir, desde su presencia más inmediata, no límite político sino objeto puesto ahí como desde siempre, con una extraña aura de tufillo histórico, como un monumento a un prócer sin nombre.
Salimos, bebimos, bailamos. Tijuana es generosa. Con todo, me asalta un sentimiento de peligro que no se irá mientras permanezca. Siento que seré apuñalado en cualquier momento --sentimiento extraño en mi carácter poco dado a la paranoia. Me explico. Entiendo la paranoia como una excesiva identificación del yo con el self, un desmesurado apego a lo uno mismo. En el DF puedo funcionar más o menos conforme al ritmo de la ciudad, a su respiración, a su movimiento. Sé dialogar con el "peligro" de la ciudad, del centro del país. Durante un viaje, en mí por lo menos, esa velocidad se desestabiliza para entrar en otro ritmo; el correlato de ese ritmo es una sensación constante de otredad, nutrida del desfase entre la percepción del yo y su velocidad y el reacomodo ambiental al que violentamente se ve sometido, además de la mitologización -no siempre exagerada- de la inseguridad y violencia en el norte geográfico que, curiosamente, se ve reflejada por la percepción que tiene la gente de acá arriba de las ciudades de allá abajo. Ese reacomodo de ritmos y fantasmas tenía los rasgos, la primera noche, de un cabaret lleno de gente bailando.
Las primeras imágenes tijuanenses son de encuentros y reencuentros afortunados. En el cabaret me topo con Yax, con Aurelio y con David, además de un nutrido grupo que con los días se volverá entrañable. No lo son aún y estoy cansado. Mucho. Pero es 16 de septiembre por la madrugada y hay un travesti personificando a Ana Gabriel, así que la cosa va de carnavalización.
Ese estado de excepción no durará mucho. Mediante el delirio nos independizamos de la moralidad y de la lógica de corrección en términos políticos, pero hasta Breton entendía que no se puede transigir siempre frente a la posibilidad de los hermosos sacrilegios: la labor de la obscenidad es precisamente sustentar la estabilidad del sistema. La metáfora de la válvula de escape aplicada a Tijuana, de más está decirlo, le es insuficiente. No es así de simple: Tijuana no es el lugar de lo prohibido donde la gente va a hacer cosas que no se atreve en otro lado. Pero su velocidad particular es tan extraña que me desfaso más y más, lo que aunado a la sensación de que no debería estar aquí, de lo inesperado y dudoso de la invitación para hacer este viaje, hacen, por así decirlo, que mi conciencia camine como una tenue sombra de mi cuerpo casi maquinal. No quiero bailar pero no hay donde sentarse. Veo siempre a las multitudes como un accidente, un flujo; una multitud así de autoconsciente en su ser-multitud me abruma, aquí, en el DF y probablemente también en China. Me quedo dormido a ratos, moviéndome torpemente sobre la pista, mientras la cerveza gana temperatura en la mano y escucho cada vez con mayor dificultad la poca plática que los demás le hacen a un yo tan aburrido como el mío.
Por la mañana, un pequeño estante de libros en el hostal. Encuentro The best american essays 1995, seleccionados por Jamaica Kincaid, que llevaré conmigo al DF. Dedico la mañana a leer "The necessity of poetry" de Charles Simic y a observar la frontera desde el quinto (¿sexto?) piso. Escribo "la tierra es del mismo color a ambos lados", como si se pudiera decir algo en dudosísima clave poética frente al hecho mismo del muro, de su presencia indudable. Pero no hablo desde mí entonces; no veo desde yo en esa ventana. No es yo quien escucha el puro abrir y cerrar de puertas, el hormiguero de gente que ha venido al encuentro (decir "de escritores" es exageración en algunos casos) despertando pasado el medio día y las voces apagadas colgando zumbidos de las paredes como colmenas. No sé quién es el yo que habla. Entra H.H. Me habla sobre una novelita de Jamaica Kincaid, llamada Autobiografía de mi madre. La buscaré semanas después sin éxito, pero en su lugar, Rojo me pasará un texto interesante de la universidad de Harvard donde Kincaid expone cierta radicalidad en la lectura de la lírica hip-hopera. Pero entonces estoy en el cuarto, desvelado, crudo y con muchas presentaciones y lecturas qué hacer. No me han traído por pura amabilidad, así que hay que levantarse y entrar al trajín del hostal. Me da pena hablar. Conozco a pocos.
Escribo:
Es como si hubiera olvidado todo lo que se supone que sé; como si tuviera otra vez 15 años y estuviera por afrontar otra vez la destrucción de algo como una base cuyo resultado fui en un momento yo mismo.
Y después de la primera lectura pública:
...Mavi me dijo que esperaba que leyera algo como lo del espacio escultórico. No tengo idea de qué hago aquí. Estoy en un estado de subjetividad primitiva que no motivaré con ninguna sustancia. Oportunidad privilegiada para asistir a la eclosión del yo.
Postulado por
Javier Raya
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jueves, 11 de noviembre de 2010
Muerte sin fin de José Gorostiza (Lectura)
El mejor homenaje que puede hacérsele a un poeta, se sabe, es leerlo. El pretexto para esta lectura es el aniversario 109 del nacimiento de José Gorostiza, pero es eso: pretexto, lo que antecede al texto solamente, lo que da ocasión para celebrar un gran poema, claro, leyéndolo.
jueves, 7 de octubre de 2010
Yaxkin Melchy sobre mi Ordalía
Zebra: sobre Ordalía de Javier Raya
para leer el libro: __link______________
por: yax.kin: yaxkin_m@hotmail.com
Quiero escribir sobre el libro virtual de Javier Raya: Ordalía, pero no quiero quemar tanto mis manos porque sino luego dejo de ser irónico. A menudo se les imputa a los ensayistas (buenos lectores, decodificadores y creadores) que cuando se ponen a escribir poesía son ficcionalmente pésimos, que lo saben todo de su materia pero no tienen la intuición de quien vive sacando barro para el poema. En fin, sé que lo mismo debería imputársenos a los poetas. Un poeta hablando de otro poeta; en qué términos!
Así que si escribo, lo hago desde la poesía claro, intuyo desde el barro: ése es mi olfato. Así que estoy seguro de que ésta será una reseña lodosa, todosa, y demasiado convexa o cóncava para ser reseña.
Ordalía: Libro Virtual
El soneto cibernético de la pereza. (Oh hada cibernética!) Javier escribe tres sonetos que no existen en papel impreso, tecnología del lenguaje poético desfasada de su tecnología material (imprenta). Un desfase de este tipo me lleva a pensar que los poemas de Javier Raya tensan la liga temporal de la historia poética conocida o resabida: la escuela secundaria pública: Sor Juana y Lope, quizá Góngora y Quevedo, algo de Darío, Neruda y “La suave Patria”. Ese pequeño estante de una biblioteca decente.
El libro de Javier por ser una colección de ligas tensadas, o ligueros poéticos, tiene una peligrosidad para nuestro sistema educativo básico: seguramente algún estudiante de secundaria se identificaría con estos post-sonetos publicados en computadora como quien programa un código listo para la compilación o lectura. Así pues el soneto javierino se vuelve una programación libre de uso, no la primera ciertamente, pero sí una bastante descarada.
A lo que voy: Software. Los poemas del libro tienen ese toque soft, que se anuncia como un desfase sobre el uso apropiado de las palabras. Pero se trata de un soft:irónico. Ironware sería la marca no registrada de esta estrategia (paradójicamente).
Mercado, publicidad y anti-marketing constante en el libro, y no quiero empezar a citarlo (así tendrás que leerlo) para descubrir que no hay mejor slogan que unos versos de Gorostiza o de Neruda, que no hay mejor jingle que la rima, la paronomasia, la aliteración, el puntillismo y aquellos artilugios que todo buen publicista sabe. Qué mundo nos dejan estos poemas! diría alguien preocupado por la poesía venidera, pero aquello de preocuparse ya pasó de moda desde don Nicanor Parra. Ahora la tendencia es la tensión, la ropa incómoda es lo importante, aquella ropa que por carecer de una tercera dimensión tiende a ser una fachada tramposa; porque vestido con estas prendas si alguien nos viese por detrás, nos viese todos desnudos. Desnudarse en la adimensionalidad, en la anacronía, en la enfermedad crónica o en la crónica más enfermiza de la segunda persona: osea tú.
Sí,
Tú: Soneto cibernético. Jingle desquiciado. Poema genérica o de similar; te estábamos esperando.
como diciendo -Un poema atractivo es un poema con poca ropa-
JaVier raya con V de venganza.
para leer el libro: __link______________
por: yax.kin: yaxkin_m@hotmail.com
Quiero escribir sobre el libro virtual de Javier Raya: Ordalía, pero no quiero quemar tanto mis manos porque sino luego dejo de ser irónico. A menudo se les imputa a los ensayistas (buenos lectores, decodificadores y creadores) que cuando se ponen a escribir poesía son ficcionalmente pésimos, que lo saben todo de su materia pero no tienen la intuición de quien vive sacando barro para el poema. En fin, sé que lo mismo debería imputársenos a los poetas. Un poeta hablando de otro poeta; en qué términos!
Así que si escribo, lo hago desde la poesía claro, intuyo desde el barro: ése es mi olfato. Así que estoy seguro de que ésta será una reseña lodosa, todosa, y demasiado convexa o cóncava para ser reseña.
Ordalía: Libro Virtual
El soneto cibernético de la pereza. (Oh hada cibernética!) Javier escribe tres sonetos que no existen en papel impreso, tecnología del lenguaje poético desfasada de su tecnología material (imprenta). Un desfase de este tipo me lleva a pensar que los poemas de Javier Raya tensan la liga temporal de la historia poética conocida o resabida: la escuela secundaria pública: Sor Juana y Lope, quizá Góngora y Quevedo, algo de Darío, Neruda y “La suave Patria”. Ese pequeño estante de una biblioteca decente.
El libro de Javier por ser una colección de ligas tensadas, o ligueros poéticos, tiene una peligrosidad para nuestro sistema educativo básico: seguramente algún estudiante de secundaria se identificaría con estos post-sonetos publicados en computadora como quien programa un código listo para la compilación o lectura. Así pues el soneto javierino se vuelve una programación libre de uso, no la primera ciertamente, pero sí una bastante descarada.
A lo que voy: Software. Los poemas del libro tienen ese toque soft, que se anuncia como un desfase sobre el uso apropiado de las palabras. Pero se trata de un soft:irónico. Ironware sería la marca no registrada de esta estrategia (paradójicamente).
Mercado, publicidad y anti-marketing constante en el libro, y no quiero empezar a citarlo (así tendrás que leerlo) para descubrir que no hay mejor slogan que unos versos de Gorostiza o de Neruda, que no hay mejor jingle que la rima, la paronomasia, la aliteración, el puntillismo y aquellos artilugios que todo buen publicista sabe. Qué mundo nos dejan estos poemas! diría alguien preocupado por la poesía venidera, pero aquello de preocuparse ya pasó de moda desde don Nicanor Parra. Ahora la tendencia es la tensión, la ropa incómoda es lo importante, aquella ropa que por carecer de una tercera dimensión tiende a ser una fachada tramposa; porque vestido con estas prendas si alguien nos viese por detrás, nos viese todos desnudos. Desnudarse en la adimensionalidad, en la anacronía, en la enfermedad crónica o en la crónica más enfermiza de la segunda persona: osea tú.
Sí,
Tú: Soneto cibernético. Jingle desquiciado. Poema genérica o de similar; te estábamos esperando.
como diciendo -Un poema atractivo es un poema con poca ropa-
JaVier raya con V de venganza.
lunes, 4 de octubre de 2010
Karma Police
Léase mientras se escucha:
Equis conoce a Ye en la fiesta de Chico Anodino. Ye tuvo algo que ver con Chico Anodino hace tiempo; interpelado por Equis Chico Anodino afirma que sólo fue un free. Pero Chico Anodino es un chico sensible y le escribió un (espantoso) poema a Ye, mismo que lee en voz alta durante la fiesta. Mientras Anodino lee, Ye susurra las siguientes palabras en el oído de Equis:
Espero que para este momento ya te hayas dado cuenta de que estoy coqueteando contigo. Ésta es una señal; espero que respondas.
Ye se burla del poema que le escribió Chico Anodino y Equis piensa que Ye es una mezcla de Stella Díaz Varín y Janis Joplin.
Equis respondió.
Ye y Equis experimentan una atracción que creen única,y en dos horas de platica y besos saben que podrían estar juntos para siempre. Equis duerme con Ye en la cama de Chico Anodino, después de la fiesta de cumpleaños de Anodino con Anodino, dormido y borracho, en la misma habitación. Los cronistas se dividen entre los que creen que Anodino presenció todo el espectáculo y los que creen que solamente en sueños destrozaba el recuerdo de Ye.
Pero Ye vive en un lugar lejano de la capital, donde vive Equis, por lo que éste decide gastar sus ahorros en ir a visitarla. Por el ruido que hicieron, Equis pensó que los echarían del hotel. Esa noche ocurrió el terremoto de Chile y Equis se sintió extrañamente culpable al enterarse de la noticia, la mañana siguiente.
Se vieron un par de veces más en la ciudad, a donde Ye venía ocasionalmente, pero platicaban mucho por messenger e intercambiaban largos correos electrónicos, algunas canciones y escribían poemas efímeros a cuatro manos. En alguna ocasión Ye pensó que estaba embarazada; Equis no se lo dijo nunca, pero la idea no lo aterrorizaba, al contrario, cuando resultó falsa se sintió un poco decepcionado.
Equis y Ye no se prometieron exclusividad. Ye le contó a Equis sobre un par de tipos. Él no se puso celoso. Ése fue su error. Cuando Equis le contó sobre cierta chica, Ye se sintió triste. A Equis le pareció absurdo. A Ye, no.
Él le escribía cosas como lo siguiente:
Voy a ser ciudadano de ti. Me vas a bautizar en tu coño y me van a enterrar en tu boca. Te regaré con sudor y semen a diario. Crecerás.
Y ella respondía:
Riégame todas las mañanas y déjate bautizar a diario. Riégame con semen los capullos que floreceré en la boca, tu tumba.
Equis pensaba que Ye era como Salomé, personaja de Seis noches en la Acrópolis de Seferis; como Mary Jane "La Mona" Reed, la ninfómana de El lamento de Portnoy de Philip Roth; como Katasia en Cosmos de Gombrowicz; como la Monelle de Schwob, etcétera. Ye casi nunca pensaba en Equis.
La última vez que Ye vino a la ciudad, como siempre, no vino a visitar a Equis, sino a una fiesta con un grupo de amigos comunes. Sin embargo, porque así es la vida, en la fiesta concurrieron Uvé, a quien Equis conoció hacía poco y Zeta, a quien Ye no conocía aún. Equis estuvo presente cuando Ye y Zeta se conocieron. Equis admira el trabajo de Zeta, cabe recalcar. Pero quedó establecido tácitamente que Equis y Ye estarían respectivamente con Uvé y con Zeta durante la fiesta. ¿Por qué? Porque Ye besaba a Zeta cuando Equis llegó, lo que discretamente lo molestó, pero conocía las reglas del juego. Equis estuvo con Uvé y la fiesta fue buena y duró hasta el amanecer. Cuando Equis fue a buscar a Ye para regresar a casa, Ye le dijo lo siguiente:
Estoy enojada contigo. Te quiero para mí pero sé que no puedes ser para mí nada más, como yo no puedo estar contigo nada más.
Equis se llevó a Uvé con él.
Equis intentó escribir una novela mientras esperaba que Ye regresara a recoger su maleta del departamento. Escribió bastantes capítulos, lo que es decir, pasaron días que Equis halló eternos. Ye pasó a recoger su maleta acompañada por Zeta (esto lo supo por sus roomates), mientras Equis no estaba.
Cuando regresó a su ciudad, Ye le escribió a Equis lo siguiente:
Lamento muchísimo -y me duele- que haya sido así. Estás en mí.
A lo que Equis respondió:
Espero que te des cuenta de que a partir de ahora voy a ignorarte. No tienes que hacer nada.
A lo que debió haber añadido:
De cualquier modo nunca hiciste mucho.
Y acaso también:
Perra idiota.
Uvé comenzó a enamorarse de Equis, pero Equis extrañaba mucho a Ye. Uvé se puso muy triste. A Equis le gustaba Uvé, pero cuando estaba con ella --o con alguien más-- pensaba en Ye. Equis nunca se enamoró de Uvé y dejaron de verse.
Se enteró, por los amigos comunes, que Zeta había utilizado hacía poco sus ahorros para ir a visitar a Ye a una ciudad donde la incansable llovizna es humo de agua.
viernes, 1 de octubre de 2010
Tijuanínsula, 1
A Yohanna y Mavi.
En el asiento a mi lado -siempre pido ventanilla- se ha sentado Max, de 8 años. Su madre fracasa discretamente intentando controlarlo. Pienso en bozales: la cabeza me duele hace horas y volar no es mi actividad favorita. Sin ser acrofóbico, soy de los retrógrados que piensa que si los hombres debieran volar tendrían alas. Lapídenme. Con todo, los viajes son siempre emocionantes, y si hay que meterse en una cosa tan impersonal y fea como un avión, sea.
Viajo a Tijuana para el 5o Encuentro Internacional de Poesía Caracol. Es mi primer encuentro de este tipo y el dolor de cabeza evidencia una obsesión recién descubierta: que me han confundido con otra persona y por eso he sido invitado. No tengo ningún libro publicado, ningún premio de poesía ni cultivo relaciones públicas especialmente políticas con la ciudad letrada. Prefiero no preguntar. Todo lo que sé es que estoy en un avión mirando a lo lejos --aún en tierra-- los fuegos artificiales del 15 de septiembre. Volaremos a media noche, pero con todo no podremos escapar del rito del grito (el ripio se justificará por lo i-rritante, espero) que escuchamos en el sistema de sonido del avión. Ajeno a todo excepto a la pirotecnia, Max inventa los colores del fuego: naranja que se vuelve verde, que se vuelve rojo, que se vuelve hada.
Después del grito, epítome bravío de la dudosa mexicanidad, con ironía involuntaria suena una versión orquestal de la Marsellesa. Pronto la identifico como el soundtrack de Casablanca, donde la preocupación principal, si @vickitoriaegs me permite la grosera reducción, es precisamente el deseo y la imposibilidad de subirse a un avión: cuándo, cómo y con quién son la trama. Yo lo que quisiera es bajar de este avión y correr lejos de Max. Hallo asombroso, con todo, que en un espacio tan restringido, tan acotado, tan lleno de órdenes por todas partes este párvulo encuentre tal variedad de cosas que animen su curiosidad. Hablo un poco con él (odio en general a los niños, pero ellos me encuentran interesante, por alguna razón). Cazamos por la estrecha ventanilla las luces cada vez más intermitentes sobre el cielo de la ciudad y su madre respira entre resignada, apenada y agradecida. Más adelante, cuando Max esté dormido a miles de pies de altura, en un gesto inexplicable su madre lo moverá en distintas posturas como un muñeco articulado, a riesgo de despertarlo. Tal vez así sean las madres: necesitan que les causes problemas para sentirse queridas.
Tormenta eléctrica en el horizonte.
Pensar "no pensar que voy sobre un enorme imán."
Pensar "preguntarle a @_manchas_ por la probabilidad de que un avión sirva de pararrayos."
Pensar "el otro, el que debía venir en vez de mí, por el que me confundieron, recibirá el rayo allá, en tierra, nada lo salvará, como a ese griego..."
Pensar "pensar en el poema de Gonzalo Rojas que orina a 20,000 pies de altura."
Pensar "¿quién escribió la noche, yegua saltadora de estrellas?"
Pensar "no pensar".
Los rayos a la distancia parecen dos soles ancianos discutiendo: cuando uno alza la voz, el otro la alza más. No room for soles putitos. Gritan, vociferan, escupen, hacen aspavientos y el avión tiene voluntad de fuga. El cielo se vuelve callejón sin salida o campo de batalla en medio de un bombardeo. Todo movimiento, todo acción. ¿Mar de mármol, selva? Tiene sus animales salvajes y sus flores venenosas, sin duda, estrellas como pájaros cansados o insectos; luna mordida, fruta rancia que se abandona. Pasa una estrella fugaz, bengala: tregua. El cielo de repente se abre y lo que queda es un rastro de estrella --sabemos que estuvo y eso constituye todo su haber estado. Sabemos que la mayoría de las estrellas son estrellas muertas, por eso las estrellas fugaces nos parecen tan extrañas: además del sol, son las únicas que parecen dar muestras de vida.
Uno no sabe que hacer con esas imágenes. Al ver la estrella fugaz, todavía no sé que recibiré un sms, semanas después de alguien a quien todavía no conozco, compartiéndome una sensación de similar asombro; yo estaré en el metro del DF y ella en Tijuana, donde aterrizamos ya. Estrella fugaz. Vaya imagen cursi, pienso, tratando de conservar cierto cinismo, cierta actitud conveniente para asumir la leyenda de Tijuana. Parece un cerillo raspado, pienso. Ella me escribirá sobre el arcoiris doble. Tampoco sabrá qué hacer con esas imágenes, así que las escribirá.
Escribimos lo que no sabemos para que se sepa, aunque nosotros no lo sepamos.
lunes, 30 de agosto de 2010
Decir yo es elegir una desaparición
, Ser es elección. Hamlet supo el tamaño de la elección sintiendo sobre su mano el peso del cráneo enmohecido de Yorick. Ser es plantarse en el barro del cementerio y sonreírle a la muerte.
, Ser inaugura un mundo --cancela todos los otros. Así hasta la náusea.
, ¿Qué porción de lo elegido actualizamos tras la elección? ¿A qué parte de esa decisión --siempre razonada, siempre negligente-- accedemos y qué porción permanece prohibida y como indiferente al hecho --irreversible, por demás-- de que se le ha elegido?
, La forma --habrá otras-- más sencilla en que puede observarse el devenir de esta elección es el acto de escritura.
, Escribir es elegir sin tregua, a cada momento, la posibilidad de ser. Ser desde dónde escribo lo que creo ser; el ser escrito que me elije para serlo, pero desfasado.
, Ser es desde dónde.
, En esa elección fatal y gozosa me elijo y me pierdo, me invento y me destruyo, pero no me salvo nunca.
, ¿Qué se elige, pues, cuando se escribe? ¿Qué se crea y qué se destruye? Lleno de mí, sitiado en mi epidermis..., ha dicho Gorostiza desde dónde.
, La porción del dios inasible, por ejemplo, se conjetura con respecto a la piel de quién, etc.
, Un ser ausente es el que está en posibilidad de decir yo. Yo siempre es quién. Si yo dice yo, miente.
, Todo ser que dice yo dice tú desde las sombras. Desde desde dónde.
, Yo es una sombra que, inaugurada, se repliega sobre sí misma. Un yo es un fue con prisa.
, Decir yo es elegir una desaparición.
, El yo es la mentira que nos contamos.
, Algunos oponemos resistencia a creerla. Yo la llama escritura; yo no sé quién la llama, pero a veces miro el fuego.
, Yo no anda por nuestros sueños, nuestros sueños son yo. Quién los observa soñarse.
, La mentira del yo, la traición del yo, la traducción del yo, la maravillosa ficción del yo permite que quién, generalmente en ese orden.
, Yo imagina disolverse; yo presagia a quién en los espejos; quién lo llama; yo conoce su nombre verdadero; quién cuenta la muerte de yo.
, Ser inaugura un mundo --cancela todos los otros. Así hasta la náusea.
, ¿Qué porción de lo elegido actualizamos tras la elección? ¿A qué parte de esa decisión --siempre razonada, siempre negligente-- accedemos y qué porción permanece prohibida y como indiferente al hecho --irreversible, por demás-- de que se le ha elegido?
, La forma --habrá otras-- más sencilla en que puede observarse el devenir de esta elección es el acto de escritura.
, Escribir es elegir sin tregua, a cada momento, la posibilidad de ser. Ser desde dónde escribo lo que creo ser; el ser escrito que me elije para serlo, pero desfasado.
, Ser es desde dónde.
, En esa elección fatal y gozosa me elijo y me pierdo, me invento y me destruyo, pero no me salvo nunca.
, ¿Qué se elige, pues, cuando se escribe? ¿Qué se crea y qué se destruye? Lleno de mí, sitiado en mi epidermis..., ha dicho Gorostiza desde dónde.
, La porción del dios inasible, por ejemplo, se conjetura con respecto a la piel de quién, etc.
, Un ser ausente es el que está en posibilidad de decir yo. Yo siempre es quién. Si yo dice yo, miente.
, Todo ser que dice yo dice tú desde las sombras. Desde desde dónde.
, Yo es una sombra que, inaugurada, se repliega sobre sí misma. Un yo es un fue con prisa.
, Decir yo es elegir una desaparición.
, El yo es la mentira que nos contamos.
, Algunos oponemos resistencia a creerla. Yo la llama escritura; yo no sé quién la llama, pero a veces miro el fuego.
, Yo no anda por nuestros sueños, nuestros sueños son yo. Quién los observa soñarse.
, La mentira del yo, la traición del yo, la traducción del yo, la maravillosa ficción del yo permite que quién, generalmente en ese orden.
, Yo imagina disolverse; yo presagia a quién en los espejos; quién lo llama; yo conoce su nombre verdadero; quién cuenta la muerte de yo.
domingo, 22 de agosto de 2010
Stone - Charles Simic
Go inside a stone
That would be my way.
Let somebody else become a dove
Or gnash with a tiger's tooth.
I am happy to be a stone.
From the outside the stone is a riddle:
No one knows how to answer it.
Yet within, it must be cool and quiet
Even though a cow steps on it full weight,
Even though a child throws it in a river;
The stone sinks, slow, unperturbed
To the river bottom
Where the fishes come to knock on it
And listen.
I have seen sparks fly out
When two stones are rubbed,
So perhaps it is not dark inside after all;
Perhaps there is a moon shining
From somewhere, as though behind a hill—
Just enough light to make out
The strange writings, the star-charts
On the inner walls.
--
Piedra
Entrar en una piedra,
eso es lo que yo haría.
Que alguien más se vuelva paloma
o haga rechinar dientes de tigre.
Yo soy feliz de ser una piedra.
Vista desde fuera, una piedra es un acertijo:
nadie sabe cómo resolverla.
Pero dentro, debe estar fresca y tranquila,
aunque una vaca la oprima con todo su peso,
aunque un niño la tire al río;
la piedra se hunde, lenta, imperturbable
hasta el lecho
donde van los peces a tocarla
y escuchan.
He visto chispas salir volando
cuando se frotan dos piedras,
así que tal vez no esté oscuro ahí dentro, después de todo;
tal vez una luna brille
desde alguna parte, como detrás de una colina—
justo suficiente luz para reconocer
la extraña escritura, los arcanos
de las paredes interiores.
(versión de JR)
(versión de JR)
jueves, 19 de agosto de 2010
De por qué no soy un "devorador" de libros ni de tweets
La imagen del bibliófago histérico, egoísta, anal, compulsivo, siempre me ha parecido una suerte de exageración o hipérbole para una forma de relacionarse con la literatura que por alguna razón genera culpa y cierto orgullo de la culpa. Este texto será un comentario de este largo y sinuoso enunciado.
El primer día de Facultad y como todo lector que se precie, visité la biblioteca antes que el departamento de admisión, por ejemplo. El asombro por los volúmenes facsimilares de los Cahiers de Valéry no ha disminuido, a dos años de la primera impresión. Irremediable, he comprendido que no los leeré nunca por completo, que a lo más podré pasar algunas horas divagando en sus matrices y fórmulas, en sus retazos de texto y caligrafía caprichosa (¿qué caligrafía verdadera no lo es?) sin devorar el sentido completo, es decir, sin comprender el hecho de que un hombre se levante con el alba, durante 50 años a poner en claro lo que ocurre en su inteligencia --eso, antes de ponerse a escribir, ya con el sol arriba. La primera escritura es exigencia; la segunda, disciplina.
La Biblioteca Central produce un asombro similar: estantes y más estantes, pisos y pisos de "material" clasificado, organizado, puesto al alcance de la mano. ¿Pero cuándo fatigar, no ya digamos el conjunto, sino una muestra representativa, algo importante y definitivo, nuestros propios clásicos? En un ensayo que se me escapa, incluido en el volumen La poesía en la práctica, Gabriel Zaid ha determinado con sencillos cálculos la imposibilidad de leer, ya no digamos todos los libros del mundo, sino una arbitraria porción suficiente; los "clásicos", cuya misma clasificación e inclusión recuerda los meandros de animales que son del emperador, etc., reducidos a un canon más o menos conservador por ese juego formal de las categorías, caras a Borges como a Foucault, por contagio, tomarían demasiados años en estricto tiempo de lectura, lo que nos impediría, por ejemplo, leer autores noveles, artículos, revistas, novelas policíacas y todo lo que no sea, rigurosamente GRAN arte, etc. Sabemos hallar en la enorme biblioteca nuestro Shakespeare, nuestro Montaigne, pero nada nos dispone para el pequeño libro de entrevistas que nos revelará a Genet en su infantil complejidad, por ejemplo, o para una curiosidad que exige exploración y deriva, como la traducción de Beckett al náhuatl. El libro es "material" hasta que se lee. Entonces, "devorar libros", sí. ¿Pero cuáles? ¿Cuándo?
Leer implica una considerable inversión de tiempo. Considerable vista al sesgo, es decir, suponiendo que se tienen mejores cosas que hacer que leer, una visión económica del tiempo. Bien: necesitamos tiempo para hacernos de dinero, para cultivar algunas relaciones personales nutritivas, para beber con amigos, tiempo para planear qué leer. Leer ocurre en el tiempo y en la memoria. ¿Qué quedará de todo lo leído? ¿Qué recordaremos, cuándo y para qué?
Esa visión económica del tiempo se traslada al ámbito de la lectura sobrevalorando la extensión sobre la profundidad: el bibliófago conocerá de oídas a los autores que dice haber leído, porque su lectura, para utilizar otra metáfora borgeana, será como la puesta en claro del mapa sin, ay, haber recorrido nunca el territorio.
En cierto artículo aparecido recientemente en The Guardian el autor se pregunta si los modos actuales de lectura en línea no nos predisponen negativamente para afrontar la lectura "tradicional" con mayor pereza. Haga cada quien la exégesis de su propio hábito de lectura. En mi caso, Twitter ha sido un ejercicio de lectura primariamente, y después de escritura, que me ha permitido acercarme a prácticas verbales propias del formato mismo. 140 caracteres, lo sé, son suficientes para contener la mayoría de las frases lapidarias y hermosas, categorizadas así groseramente como aforismos, de Paul Valéry; suficientes para jugar al poema en serie, donde cada tweet deberá funcionar autónomamente; suficientes para compartir canciones, videos, enlaces a lecturas, en un intertexto diseñado exclusivamente según las afinidades del lector con aquellos que decide, siempre por razones oscuras, seguir. La novedad, además, de este modo de lectura colinda con lo que más arriba dijimos sobre la lectura, que esta ocurriría en el tiempo y en la memoria: el instante es el tiempo del tweet, la pertinencia, la relación con otros usuarios/lectores/escritores, su relación con el ahora. Recuerdo mi asco cuando @Frank_lozanodr me platicó, cervezas de por medio, que el "archivo Twitter", aquello que todos escribimos, fue comprado recientemente por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica. La monstruosa Babel (y de nuevo recordamos el cuento del gran ciego, con sus interminables estantes de información infatigable que lo contienen todo, así ordenado pero inaccesible por la disponibilidad misma del tiempo de una vida humana) se nos revela como el gran servidor que contiene todas nuestras palabras, de las cuales es propietario legal un grupo de gente que no podrá reconstruir nunca lo que ocurre en un TimeLine, en cualquiera. No soy ingenuo: sé que sus motivos obedecen a lógicas siempre paranoicas de control de la información, la tecnocracia de la que la realidad no hace sino darnos evidencias y de la que ya Lyotard nos había advertido hace tanto. Lo que no puede comprarse, sin embargo, es esa misma relación que he caracterizado así someramente: los juegos de palabras, los replies sin arroba (entiendan los que saben entender), el hervidero de testimonios después de un temblor o durante un juego de futbol, los poemas comunales, repito, esa relación intertextual es lo que no puede comprarse ni almacenarse porque tiene que ver con un factor experiencial del texto, no con un factor de memoria entendida como acumulación. En la memoria como tal puede o no haber experiencia; pero la lectura es solamente experiencia.
El tweet no está hecho para durar sino para entregar su golpe de asombro y luego desaparecer. Clientes de Twitter como @Favstar permiten la duración y seguimiento de ciertos tweets aprobados por otros usuarios a través del "fav", el acuse de recibo de la lectura en Twitter, así como un argumento silencioso que en su discreción ironiza, secunda y revela afinidad y simpatía. Los libros, en cambio, se nos ha dicho, están hechos para durar; acaso no el objeto libro de la galaxia Gutenmberg, pero sí la relación entre un libro y una cultura. No tenemos ni que agotar lo que todos saben del impacto de libros como el Corán, Ilíada, la Toráh, Don Quijote de la Mancha o los Evangelios cristianos sobre las culturas que los produjeron y recibieron. Harold Bloom ha ido tan lejos como afirmar que los personajes de Shakespeare han moldeado la manera en que la personalidad de los occidentales se estructura en la modernidad. Estos libros han conformado idioma y cultura allí donde han sido leídos y comentados. Entre la literatura hecha para el instante (negar la cualidad literaria del tweet es el matrimonio de la necedad con la ignorancia) y la literatura que ha sobrevivido la dudosa apuesta de los siglos está el lector, ente absoluto que mediante su participación en la lectura hace pervivir u olvidar, por acuerdo o malevolencia, lo que sobrevive y lo que no. Estamos viendo en ese lector tiránico y omnipotente el conjunto de lectores que han sido y serán, por supuesto; pero lo que no puede escapársenos es que ese acto de lectura es también un acto de elección.
El lector elige que leer. El lector especializado, académico o de medios editoriales debe leer como parte de su trabajo, es cierto. Pero la lectura como mecanismo de placer y aprendizaje, la lectura individual, silenciosa o en grupo, la escucha que se presta en la recitación o la literatura oral (que mi generación redescubre con asombro creciente) es sin duda un acto de elección: apertura a verse relacionado con algo que aún no se conoce. Aunque se conozca la trama de Anthony and Cleopatra nada nos prepara para ver morir al general romano bajo los ojos de la que tanto amó; de igual modo, existen críticos literarios o comentadores tan eficientes que su propia lectura de un libro dado es un pretexto para aportar una visión literaria sobre cualquier otra cosa más interesante que el propio libro.
No soy un devorador de libros porque aprendí que leer un libro al día no me haría mejor lector. En cambio vuelvo siempre a mis clásicos, que definidos someramente, serían aquellos que llevamos siempre con nosotros de manera implícita en el modo mismo en que funciona nuestra imaginación. Elijo por ejemplo pasarme todo un día comparando distintas ediciones de un mismo soneto de Shakespeare que leer un libro que lo comente, traduzca o explique. Elijo a veces mi ignorancia como condición de posibilidad de un asombro más mío. Elijo seguir a 98 cuentas (escritores) de Twitter que seguir a 400 que me sería imposible leer con rigor, es decir, con respeto. Devorar libros o tweets es leer deprisa, es poner en riesgo la comprensión y, aún más grave, el disfrute; no cometeré la ingenuidad de proponer una lectura como "saboreo", contrastado así frente a la "devoración", pero sí una lectura con el mayor cuidado que uno sea capaz. Mis elecciones están, por supuesto, condicionadas por mi capacidad de lectura y por la profundidad que puedo darle a esta: de nada sirve "devorar" un libro de sonetos en una tarde, desde mi perspectiva, sin analizar el asombro que producen las palabras particulares de cada uno, como de nada sirve seguir una cantidad ingente de escritores de Twitter si uno sabe que, pese a desearlo, como en esa gran biblioteca del Paraíso, será incapaz de leerlos más que de pasada, sin respeto. Mal.
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Javier Raya
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miércoles, 11 de agosto de 2010
Cicatriz, 2
Entereza de la herida:
no ser ni piel, ni piel besada,
ejercer un dolor insobornable.
*
Conoce las líneas de tu mano.
Conoce los muertos de tu casa.
Conoce los mapas de tu carne.
*
La cicatriz es eco
de la voz de una navaja
que pasó, como la tormenta.
*
El beso para siempre sellado
e imposible de una boca,
en el dolor, recién inaugurada.
*
Las manos de la cicatriz se hunden
en el fondo de la piel, como en el fondo
de la tierra las manos de las montañas.
no ser ni piel, ni piel besada,
ejercer un dolor insobornable.
*
Conoce las líneas de tu mano.
Conoce los muertos de tu casa.
Conoce los mapas de tu carne.
*
La cicatriz es eco
de la voz de una navaja
que pasó, como la tormenta.
*
El beso para siempre sellado
e imposible de una boca,
en el dolor, recién inaugurada.
*
Las manos de la cicatriz se hunden
en el fondo de la piel, como en el fondo
de la tierra las manos de las montañas.
domingo, 8 de agosto de 2010
Cicatriz
Un tigre no tiene piel.
La piel de un tigre es una herida que no cesa.
Una herida puede estar hecha de tigre, en cambio.
*
Piel en todo caso es lo que sobra, lo devorable,
la pista de aterrizaje para los buitres
que reclamarán para sí nuestras vísceras.
*
¿Dónde empieza y dónde acaba
el tejido intersticial
de la herida del universo?
*
Ser cuerpo, ser olfato, ser
infinitamente cuerpo
hasta sellarnos de muerte.
*
Cicatriz como reposo, como vendaje
de piel que se abraza sobre otra
piel herida. Cumplido beso.
*
Ninguna herida es superficial:
las heridas tienen genealogías, raíces,
madres y padres. Origen.
*
Soy un animal acotado
por mis cicatrices, como un mar
demarcado por sus mapas.
*
Generosidad de la cicatriz:
el silencio de su boca de polvo
cantando sobre la herida.
La piel de un tigre es una herida que no cesa.
Una herida puede estar hecha de tigre, en cambio.
*
Piel en todo caso es lo que sobra, lo devorable,
la pista de aterrizaje para los buitres
que reclamarán para sí nuestras vísceras.
*
¿Dónde empieza y dónde acaba
el tejido intersticial
de la herida del universo?
*
Ser cuerpo, ser olfato, ser
infinitamente cuerpo
hasta sellarnos de muerte.
*
Cicatriz como reposo, como vendaje
de piel que se abraza sobre otra
piel herida. Cumplido beso.
*
Ninguna herida es superficial:
las heridas tienen genealogías, raíces,
madres y padres. Origen.
*
Soy un animal acotado
por mis cicatrices, como un mar
demarcado por sus mapas.
*
Generosidad de la cicatriz:
el silencio de su boca de polvo
cantando sobre la herida.
jueves, 5 de agosto de 2010
Iggy Pop y Debbie Harry- Toronto, 1977
a Guillermo Navarrete
La adolescencia debería verse así
y durar para siempre.
La adolescencia debería ser una lengua
naciendo (flor) del fondo
de una rubia sin exigencia de beso;
la lengua besada por los ojos de Iggy
azorado por el súbito color del deseo.
Foto: Bob Gruen.
lunes, 26 de julio de 2010
Leer "Paradiso" de José Lezama Lima
Leer una novela como Paradiso es, como con las buenas novelas, descubrir -acaso inventar- un modo inédito de leer. Las grandes obras exigen grandes modos de ser leídas, porque detrás de las aparentes dificultades que ofrece un texto late la reticencia de lo nuevo, de lo que nos es poco familiar y por eso mismo tanto más perturbador y peligroso.
Paradiso es la saga familiar de Lezama (esa obsesión por construir metafóricamente el sentido de lo genealógico que impregna la narrativa latinoamericana del siglo pasado --exigencia, además, de su madre misma, consignada en unos versos donde la escritura de la saga se patentiza y toma el grado de ordenanza, de deber moral), pero su gran logro no estriba en la historia misma -notable, por lo demás- sino en el modo en que esa historia se produce en el lector. Una manera de comprender ese lugar donde efectivamente el libro entrega sus efectos podría rastrearse haciendo notar la función del ritmo en la lectura misma.
Una prosa narrativa "tradicional" se sostiene en la posibilidad del lector para restituir el significado parcial anclado en la sintaxis y el continuum narrativo; lo que es decir que uno como lector puede "leerla" en el sentido de un mensaje que el texto mismo guarda en sí, en latencia. Con Paradiso ocurre que los fragmentos, pongamos por caso una descripción, la de las cepas asirias de limones o la del texturizado propio de la miel de palma, aportan su sentido sí a través del significado de las frases, pero también en relación con el ritmo inmanente de la secuencia narrativa (que es como yo llegué a perderme en mis primeras lecturas de este libro). Para decirlo así: Paradiso es una novela enorme construida desde la filigrana de poemas-frase, poemas-descripción, poemas-interpelación al lector: poema+recurso narrativo.
Estos poemas funcionarían en sí mismos como unidades casi autónomas. Este margen del casi es lo dependiente de cada fragmento con respecto a la narrativa global que se desarrolla. El lector, pues, no "lee" el sentido del mensaje, sino que "descifra" una pista de sentido al poner en relación el fragmento con el contexto.
Es una narración basada en imágenes. Si el lector pierde de vista la relación entre la imagen y el contexto que la explicita, la lectura se disuelve y la obra toma esa espesura de dificultad que suele adjudicarse no sólo a Lezama, sino a Elizondo o a Joyce mismo. Un libro es difícil en la medida de la patentización de nuestra incapacidad para acceder a su mensaje; pero el mismo bardo de la calle Trocadero nos ponía en guarda: sólo lo difícil es estimulante.
Este modo de escritura implica un reto a la atención; o aún más: exige un absoluto estado de atención del lector. No se puede hablar de leer a Lezama en una sala de espera como no se puede escuchar una misa de Bach, el Stabat Mater, por caso, mientras se charla con los amigos. Esa experiencia es posible por supuesto, pero algo se pierde definitivamente: estas obras exigen su propio espacio; si el lector transige a la exigencia de la obra, este espacio autónomo donde el significado deviene posibilidad accesible, se crea, de modo casi mágico, en el interior de ese receptor, nosotros, dando pleno sentido a esa palabra: receptor, continente paradojal que recibe la posibilidad del sentido de la obra a través de la disposición para provocarla. Leer, en este sentido, sería dejar que la obra ocurriera en nosotros.
Por la imagen: http://hoteljuntoalavia.blogspot.com/2008/12/la-materia-artizada-i.html
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Javier Raya
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domingo, 4 de julio de 2010
El yo por tú mismo
Fabricar un yo para sí mismo como un arma de autodestrucción masiva.
*
Yo, espejo incendiado. El inquieto reflejo de lo destruido.
*
"γνωθι σεαυτόν", dices. ¿Pero quién lo dice a quién? ¿El yo, el otro, la sombra incendiada?
*
Desconócete a ti mismo, querido Sócrates.
*
Mi yo no es el tú que muestro a los otros.
*
Los otros ven el tú donde yo no está.
*
*
El yo, si existe efectivamente, es un eco de lo que ocurre en lo que no es yo.
*
Me hablo desde donde no estoy. Me escucho como traducción. Me invento hablando.
*
El yo es siempre idea del yo que fue. El ahora carece de yo, para ser ahora.
*
El yo de mí que me supones se perdió en el tú que el mí mismo asumió como piel.
*
Y agregamos: Geste, une autre.
*
No eres tú, es el gesto convenido.
*
Mi nombre es la sombra de un afuera que no conoceré nunca.
*
El yo se llama nadie.
*
Yo, espejo incendiado. El inquieto reflejo de lo destruido.
*
"γνωθι σεαυτόν", dices. ¿Pero quién lo dice a quién? ¿El yo, el otro, la sombra incendiada?
*
Desconócete a ti mismo, querido Sócrates.
*
Mi yo no es el tú que muestro a los otros.
*
Los otros ven el tú donde yo no está.
*
Je suis où je ne parle pas. Jacques Lacan.
*
El yo, si existe efectivamente, es un eco de lo que ocurre en lo que no es yo.
*
Me hablo desde donde no estoy. Me escucho como traducción. Me invento hablando.
*
El yo es siempre idea del yo que fue. El ahora carece de yo, para ser ahora.
*
El yo de mí que me supones se perdió en el tú que el mí mismo asumió como piel.
*
Je est une autre. Arthur Rimbaud*
Y agregamos: Geste, une autre.
*
No eres tú, es el gesto convenido.
*
Mi nombre es la sombra de un afuera que no conoceré nunca.
*
El yo se llama nadie.
martes, 29 de junio de 2010
Zadie Smith y la exigencia del fracaso
Comencé a leer a Zadie Smith una tarde, casi por error, cuando me topé con su novela Dientes blancos en un botadero de libros. Diez pesos es nada, y suelo comprar la mayoría de mis libros por ese precio, cuando los compro. Dejémoslo así. Smith además de una voz fresca en la narrativa (ese "justo medio" cuando una novela es inteligente, no ofrece concesiones ni facilidades, y con todo tiene el ritmo vertiginoso que fascina a nuestra impresionable madame Bovary interna) tiene cosas que vale la pena revisar al respecto de la escritura misma. La sugerencia del fracaso como condición está revisada también en una entrevista con George Steiner. La siguiente es una breve cita, casi al azar, de un ensayo más extenso de Zadie Smith, de gozosa y fecunda lectura, cuyo enlace está disponible al final.
El ensayo se llama Fracasar mejor.
Para los escritores, según lo veo yo, sólo hay un deber: el deber de expresar de modo exacto su modo de estar en el mundo. Pido perdón si esto suena genérico e impreciso. Escribir no es una ciencia y estoy hablando en los únicos términos que tengo para describir lo que intento una vez y otra (aunque falle en alcanzarlo) cuando me siento frente a la computadora.
Por la imagen.
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Javier Raya
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martes, 22 de junio de 2010
Caracol
Contenido actual de mi maleta:
Cartelera de la Cineteca Nacional de mayo de 2009; cuaderno profesional de 100 hojas, blanco; revista "Academus", de la UAQ; Las figuraciones del sentido, de José Pascual Buxó; La comunidad que viene, de Giorgio Agamben; Alquimia de Tendajón, de Charles Simic; fotocopias de La industria vence desdenes, de Mariana de Carvajal; folleto de la conferencia "Poesía y revolución: José Martí y Luis Carlos 'El Tuerto' López"; Tarot de Marsella; pluma Bic, negra; lentes Ray-Ban, modelo "Oval gold metal frame w' mirrored black diamond-hard scratch resistant bausch & lomb lenses -W0976"; armónica, Hohner; pacha de acero inoxidable, 5 oz., con 2 oz. de whisky Old McGregor; tarjeta de Diego Alayón, performer; pluma fuente Inoxcrom, acero inoxidable; audífonos, rojos (sólo el derecho es funcional); paquete de Tuk-stick, rosas; paquete de Delicados de 25, a la mitad; juego de llaves (12 piezas, 3 arillos, llavero de colibrí, traído de Xcaret por mis padres); tarjeta de débito, Bancomer; boleto de autobús MEX-QRO, junio 2008; tira de Atemperator, 600 mg, vacía; cortauñas-navaja con imagen de la virgen de Guadalupe; un boleto del metro de la Cd. de México; Perry-Ellis: 18, botella con atomizador de 15 ml. (vacía); frasco de Tamsulosina, 0.4 mg (vacío); lápiz de Batman (nuevo); lapicero Paper-Mate (verde); lapicero Zebra (imitación lápiz); Washed-Pencil HB; pluma conmemorativa 50 años Ritchie Bros. Auctioners; pluma fuente Iridium, oro (inservible, falta la tapa); tira de Atemperator, 600 mg., a medio uso; radiografías dentales; tarjeta de Angie Navarro; teléfono de Isela Fernández; llave para arcade Play-time; ficha de trabajo con sujeta-papeles negro; navaja Bucher; frasco de Tamsulosina, 0.4 mg, casi vacía; juego de llaves (7 piezas, 3 arillos, ficha de plástico como llavero); encendedor Zippo; desodorante en aerosol Brut, modelo "Classic"; encendedor Bic, ámbar; 45 pesos en monedas de distintas denominaciones.
lunes, 7 de junio de 2010
Muelle
Escribir: emplazar un muelle. El humilde muelle se vuelve el ancla del océano, lo refiere con su presencia, lo apunta. Cuestión aparte que el mar no necesite ser señalado.
Escribir: esa obstinación del ojo por el ojo.
*
Escribir es mi manera de estar callado. El libro sólo realiza la acción propia del libro. Los hombres sólo realizamos acciones propias de los hombres
*
Dudo de la facultad revolucionaria de la escritura. "Ningún endecasílabo derrocará a ningún dictador", escribía Gelman. El trabajo del escritor podría entenderse como escribir lo mejor que pueda, según las limitaciones que elija para sí.
*
El mundo no precisa escritores que lo salven. El mundo no puede querer, ni necesitar ser salvado. El mundo, en caso de tener voluntad, exigiría ser cuestionado: duda=movimiento. Pero el mundo no tiene voluntad, acaso representación: en la palidez de nuestra idea del mundo, de la incompetencia para imaginarlo, el futuro es el embrión de una mosca que se sueña tiburón.
*
Una intuición, por seductora, súbita o sorpresiva que parezca ha sido desarrollada antes, por otros mejores que tú. Sin embargo, esa intuición exige con justicia interpretación y desarrollo: abordaje. Una intuición sin desarrollo -sin el rigor de la curiosidad- es sólo tan genial como la de una mosca que en su soledad sueña El Quijote, o que, en su mutismo, intuye que sólo es infinito el mar en los reflejos saturados de sus ojos.
Pero ningún muelle puede abolir o poner límites al mar.
*
No se trata de ignorar al mundo, sino de vivir en la conciencia de la imposibilidad del mundo para aportar respuestas. El trabajo del escritor es la pregunta salvaje, la curiosidad feral.
Escribir: esa obstinación del ojo por el ojo.
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Escribir es mi manera de estar callado. El libro sólo realiza la acción propia del libro. Los hombres sólo realizamos acciones propias de los hombres
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Dudo de la facultad revolucionaria de la escritura. "Ningún endecasílabo derrocará a ningún dictador", escribía Gelman. El trabajo del escritor podría entenderse como escribir lo mejor que pueda, según las limitaciones que elija para sí.
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El mundo no precisa escritores que lo salven. El mundo no puede querer, ni necesitar ser salvado. El mundo, en caso de tener voluntad, exigiría ser cuestionado: duda=movimiento. Pero el mundo no tiene voluntad, acaso representación: en la palidez de nuestra idea del mundo, de la incompetencia para imaginarlo, el futuro es el embrión de una mosca que se sueña tiburón.
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Una intuición, por seductora, súbita o sorpresiva que parezca ha sido desarrollada antes, por otros mejores que tú. Sin embargo, esa intuición exige con justicia interpretación y desarrollo: abordaje. Una intuición sin desarrollo -sin el rigor de la curiosidad- es sólo tan genial como la de una mosca que en su soledad sueña El Quijote, o que, en su mutismo, intuye que sólo es infinito el mar en los reflejos saturados de sus ojos.
Pero ningún muelle puede abolir o poner límites al mar.
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No se trata de ignorar al mundo, sino de vivir en la conciencia de la imposibilidad del mundo para aportar respuestas. El trabajo del escritor es la pregunta salvaje, la curiosidad feral.
martes, 18 de mayo de 2010
Edmond Jabès y la hospitalidad de la poesía.
Ayer tuve la suerte de toparme con un lote de La Nouvelle Revue Française en una librería de viejo. Pensé que comprarla era absurdo, ya que hay una buena colección de ella en la facultad. Pero al hojearla me encontré con un pequeño ensayo de Olivier Houbert titulado "Jabès l'éclaireur", escrito justamente el año de la muerte de Jabès. En él, Houbert desarrolla varias líneas del pensamiento y la obra jabesiana; pero este fragmento brevísimo que les comparto tiene que ver con la alienidad absoluta que se experimenta al entrar en una lengua extranjera.
El idioma es la marca de pertenencia a un dominio cultural. Somos "paisanos" porque nuestras costumbres y modos de vida se cifran en un idioma común; habitamos una misma zona idiomática más que un territorio. ¿Pero qué pasa cuando un poeta de lengua extranjera nos habla directamente a nosotros, sin la intermediación del traductor, incluso cuando parte del discurso, del sentido de las palabras, escapa de nuestro entendimiento por nuestro pobre dominio de la lengua? Entramos en un espacio donde el poema se despliega en intermitencias de claridad y sombra; el poema ocurre efectivamente en nosotros como sugerencia más que como comunicación. Es un mensaje en espera de ser descrifrado, pero también una puerta abierta, un umbral; una posibilidad. La hospitalidad, para Jabès, sería pues la posibilidad de que el poema ocurra no como golpe de sentido sino como sugerencia de sentido dentro del lector; el poema ocurre en el lector, es lo que le pasa al lector mientras lee, más allá de lo que el poema efectivamente pretende decir.
Este pequeño fragmento que les comparto del ensayo de Houbert refiere, me parece, esta misma experiencia en Jabès respecto a Paul Celan. Sensación a la que se refiere Jabès en "Le livre de l'hospitalité" cuando dice, o recuerdo que dice:
El idioma es la marca de pertenencia a un dominio cultural. Somos "paisanos" porque nuestras costumbres y modos de vida se cifran en un idioma común; habitamos una misma zona idiomática más que un territorio. ¿Pero qué pasa cuando un poeta de lengua extranjera nos habla directamente a nosotros, sin la intermediación del traductor, incluso cuando parte del discurso, del sentido de las palabras, escapa de nuestro entendimiento por nuestro pobre dominio de la lengua? Entramos en un espacio donde el poema se despliega en intermitencias de claridad y sombra; el poema ocurre efectivamente en nosotros como sugerencia más que como comunicación. Es un mensaje en espera de ser descrifrado, pero también una puerta abierta, un umbral; una posibilidad. La hospitalidad, para Jabès, sería pues la posibilidad de que el poema ocurra no como golpe de sentido sino como sugerencia de sentido dentro del lector; el poema ocurre en el lector, es lo que le pasa al lector mientras lee, más allá de lo que el poema efectivamente pretende decir.
Este pequeño fragmento que les comparto del ensayo de Houbert refiere, me parece, esta misma experiencia en Jabès respecto a Paul Celan. Sensación a la que se refiere Jabès en "Le livre de l'hospitalité" cuando dice, o recuerdo que dice:
-¿Si yo traspaso el umbral de tu morada, a quién le ofrecerías la hospitalidad? ¿A tu maestro o al extranjero de quien no sabes nada?
-¿Cómo podría yo no ofrecérsela a mi maestro que me ha concedido el honor de entrar a mi casa?
-Tu maestro -dijo, entonces, el sabio- no necesita esta muestra de deferencia: el viajante extraviado, en cambio, que llama a tu puerta, la espera con todas sus fuerzas, pues no la pide únicamente para él. (1)
o incluso aquella sensación de ese otro, "El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha", donde dice:
Toda duración está ligada al recuerdo.
A lo real sucede una irrealidad, más que real, de la que se apropia la memoria.
El pensamiento sigue el camino opuesto. Va delante de la ausencia cuyo trayecto, al desplegarse, ayuda a fijar.
El pensamiento es el relámpago que desgarra el vacío. El olvido, su momentáneo espacio. El confuso recuerdo que de él guardamos quizá sea, más que el artífice de la recuperación del pensamiento merced a un nuevo espacio, el celoso instigador de la confrontación del pensamiento con su pasado y si probable porvenir, el responsable de su definitiva puesta bajo tutela. (2)
*
Comme Jabès, Celan a éprouvé "la difficulté d'être juif, qui se confond avec la difficulté d'écrire", en même temps qu'il a tenu sa poésie dans l'ouvert, attendant l'autre sur le seuil, l'autre qui ne vient jamais mais auquel je confie mon attente. Jabès a évoqué cette proximité silencieuse avec le poète de Czernowitz dans un opuscule intitulé la Mémoire des mots. Les mots dont il est question ici, ce sont ceux prononcés par Celan, dans l'intimité de sa rencontre avec Jabès qui se souvient d'avoir entendu la poésie de Celan dans "l'original", en allemand, et surtout de l'avoir reconnue comme une parole amie, malgré l'obstacle de la langue, malgré l'étrangeté de cette parole autre, marquée par la blessure du crime. Blessure à partir de laquelle, nous dit Jabès, il faut écrire, parce que la mémoire des mots représentera toujours "un défi au bourreau", elle s'entendra même dans la langue de l'étranger. C'est dire que par-delà les mots prononcés, établis dans l'intelligibilité d'une voix, s'entendent d'autres mots, s'écoute un silence plus parlant peut-être que n'importe quelle parole. Silence réservé à une communication plus haute que le simple discours. (3)
*
(1) Jabès, Edmond. El libro de la hospitalidad (trad. de Françoise Roy). Ed. Aldus, 2002. p. 95.
(2) Jabès, Edmond. El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha (trad. de Saúl Yurkiévich). Vuelta, 1989. p. 30.
(3) Houbert, Olivier. Jabès l'éclaireur en La Nouvelle Revue Française, N° 459, Abril 1991, p. 70
Imagen: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Edmond_Jabes.jpg
Arqueología del escritor
Un libro es la exploración de un significado, el seguimiento de un rastro, la delimitación de una ruina.
Si el escritor admite una tarea, ésta podría consistir en tratar a las palabras como ajenas al estado de cosas de sus significados; observarlas como seres inéditos, animales recién creados, piedras enterradas bajo espesa selva que antes fueron ciudades.
Aún más: su tarea consistiría en poner a las palabras en contacto con lo que ha sido desde siempre su heredad; poner la palabra frente a lo que la palabra ha olvidado sobre sí misma.
Un libro es la reconstrucción de la historia de una palabra.
Si el escritor admite una tarea, ésta podría consistir en tratar a las palabras como ajenas al estado de cosas de sus significados; observarlas como seres inéditos, animales recién creados, piedras enterradas bajo espesa selva que antes fueron ciudades.
Aún más: su tarea consistiría en poner a las palabras en contacto con lo que ha sido desde siempre su heredad; poner la palabra frente a lo que la palabra ha olvidado sobre sí misma.
Un libro es la reconstrucción de la historia de una palabra.
miércoles, 12 de mayo de 2010
La intuición de la obra
1. Lo que los antiguos creían que era la "musa" sospecho que es algo como la intuición de la obra, la sensación de su presencia cuando no es.
2. La obra que vendrá se disfraza de sí misma; su disfraz es su piel. Escribirla es desnudarla.
3. La relación de lo poético con lo profético se da en términos de traducción: poesía es la reconstrucción de un vislumbre, de una intuición.
4. Aunque el vislumbre ocurra desde el pasado, aunque la obra se escriba, el horizonte de la obra siempre es futuro. Siempre está por ser.
5. Escribir es de hecho cancelar las posibilidades rizomáticas de la obra y actualizar una, contingente y arbitraria.
6. Escribir es elegir.
2. La obra que vendrá se disfraza de sí misma; su disfraz es su piel. Escribirla es desnudarla.
3. La relación de lo poético con lo profético se da en términos de traducción: poesía es la reconstrucción de un vislumbre, de una intuición.
4. Aunque el vislumbre ocurra desde el pasado, aunque la obra se escriba, el horizonte de la obra siempre es futuro. Siempre está por ser.
5. Escribir es de hecho cancelar las posibilidades rizomáticas de la obra y actualizar una, contingente y arbitraria.
6. Escribir es elegir.
jueves, 6 de mayo de 2010
El árbol que grita
Traté --tal vez ahí estuvo el error-- de hacer un ejercicio de observación que recomienda Jodorowsky para cineastas, y que dice Sartre que dice Mauppassant que su tío Flaubert le recomendaba igualmente: observación de un árbol por espacio de dos horas, para luego dedicar un tiempo similar a describirlo. Me dormí a los 15 minutos (como me consta que ocurre con muchos lectores de este blog). Sin embargo, puedo asegurar que fueron 15 minutos sumamente productivos.
Es una reducción bárbara, como nos recuerda Funes, el dar el mismo nombre genérico a cosas tan disímiles como un árbol y otro. Elegí un árbol "cualquiera" para mi observación. Pero cuando empiezas a observar realmente un árbol sus peculiaridades se vuelven tan evidentes como los rasgos que diferencian un rostro humano de otro: aún de la misma especie, mero aire de familia, el color, la altura, el peso de las ramas, las cicatrices del tronco son distintas; por ellas suponemos, por ejemplo, la historia (biografía sería preciso) del árbol, sus podas --no iré tan lejos para llamarlas "mutilaciones", que no pretendo un post ecologista--, sus quiebres, las huellas invisibles de lagartijas, ardillas y pájaros. Un árbol es una especie de condominio, de cueva abierta.
Por otro lado está la sombra, ese árbol fantasmal más vivo que el árbol mismo: en su orgullosa postura, el árbol ve otro árbol corriendo en torno suyo.
En cuanto a lo físico, no sé por qué reparé primero en lo oculto que en lo externo: imaginé las hondas raíces bajo el pasto, anchas y ciegas como una mano enterrada; imaginé bosques como reflejos de árboles, con sus modos particulares de hojas, con sus movilidades aún más lentas que los improbables desplazamientos del árbol. Luego, en estricta verticalidad, observé la aparente firmeza del tronco puesta a prueba por el viento: si fuera demasiado sólido se quebraría, y frente a una ventisca ese árbol demostró su flexibilidad, su disposición al baile. Recordé precisamente la imagen de Las palmeras salvajes, de Faulkner. Los árboles bailan.
Las ramas, como no podría ser de otro modo en primavera, estaban llenas de hojas con forma de estrella, verdes en la superficie y del color de monedas cobrizas por el anverso. Ese viento que doblaba ligera, casi imperceptiblemente la estructura entera del árbol, en sus arremetidas era comunicado desde la distancia: lo precedía el susurro de todas las hojas-monedas de otros árboles, de manera que cuando llegó al árbol que yo observaba, era acompañado de una corte de ruidos de árbol o coros, llamadas y respuestas, suerte de lenguaje involuntario. Aquí podríamos escuchar esos sonidos arbóreos como celebraciones naturales, pero en nuestros días paranoicos podrían ser más bien llamadas de peligro, advertencias desesperadas. En su inmovilidad, los árboles me han parecido siempre creaturas histéricas --vaya proyección--: "El grito" de Edvard Munch me parece, a su modo, un árbol, o que consigue por lo menos captar el sentimiento de un árbol gritando en un mundo silencioso.
Sería exagerar o idealizar de más suponer que los coros de hojas vibrantes serían tonalmente distintos, en sentido musical, según cada árbol, cada especie o posición relativa del viento; pero me seduce pensar que ese movimiento violento y desesperado, a la vez sereno y rutinario, no guarda consigo mismo una relación homogénea. Creo que se trata más de una imposibilidad propia de mi oído para percibir esas sutiles diferencias, que una monotonía intrínseca a todos los vientos sobre todos los árboles. Más aún, imaginar esos laberintos sonoros provenientes de cada hoja diferenciada, particularizada en su posición sobre cada árbol nos remite a las imágenes numéricas, a las explosiones abstractas que tanto fascinan a los matemáticos. Sería locura o iluminación --o ambas-- poder, como Funes, tomar conciencia de cada sonido de cada hoja de cada árbol a cada momento.
Recordando a Munch, creo que él decía algo como "y de mi cuerpo muerto flores nacerán, y yo estaré en ellas y ellas en mí y eso es la eternidad". Como los poemas, parece que las historias de los árboles sólo se interrumpen; un árbol es en cierto modo interminable.
--
Ejercicio de observación jodorowskiano.
Imagen.
jueves, 22 de abril de 2010
Variación gargarina sobre un tema de San Juan de la Cruz
Seña umbrosa instalando la tormenta,
mas no en la zona donde un rayo anida,
visible en claro, a sazón herida
ciervo, de luz trenzada cornamenta.
El arma que su frente örnamenta
codicia un cazador, y arremetida,
que de torpe saeta dio perdida
no viendo flor de sangre en la osamenta.
Hállala el cazador bajo la flecha
y la nocturna luz de su figura
le informa su ya hermosura deshecha;
Ruega a una diosa con nubil bravura
que eleve el ciervo al jardín constelado:
ciervo será, mas ciervo vulnerado
mas no en la zona donde un rayo anida,
visible en claro, a sazón herida
ciervo, de luz trenzada cornamenta.
El arma que su frente örnamenta
codicia un cazador, y arremetida,
que de torpe saeta dio perdida
no viendo flor de sangre en la osamenta.
Hállala el cazador bajo la flecha
y la nocturna luz de su figura
le informa su ya hermosura deshecha;
Ruega a una diosa con nubil bravura
que eleve el ciervo al jardín constelado:
ciervo será, mas ciervo vulnerado
viernes, 16 de abril de 2010
Mudanza
Lapas
, Dato: en la preparatoria tuve un lapsus en que me enamoré de la biología marina. El Carcharodon carcharias era mi obsesión: soñaba tiburones. Mi primera frustración académica fue la cancelación del viaje de investigación programado a las costas de Baja California Sur, donde ayudaría a realizar un reporte de los hábitos del pez y su impacto sobre la población. Una de tantas vocaciones abortadas, o por lo menos, postergadas (sé que estudiaré mineralogía, incluso, en algún momento).
Pero el recuerdo más grato de mi amor fugaz por la biología del tiburón blanco fue aprender que, si éste deja de nadar, por ejemplo, cuando sus aletas son arrancadas en una pelea con otro tiburón, se ahoga: el tiburón vive a condición de moverse. Quedarse en un sólo lugar los ahogaría; los tiburones sueñan en movimiento.
, No son infinitos los lugares en que he dormido desde que llegué a la ciudad, pero ciertamente son muchos. Sofás en su mayoría, lo que no tiene nada de romántico (ya no digamos cómodo). Sórdidas habitaciones de hotel; otras, con servicio a cuarto 24 horas. Algunas familias hospitalarias me han abierto su casa, terriblemente arrepentidas al poco tiempo. No soy un inquilino terrible, más bien soy un inquilino flotante. Y la falta de certeza con respecto a mis comportamientos y hábitos de entrada y salida suele provocar estragos y no pocas fricciones.
, Pero esto no podía seguir así. KT, probablemente la persona más inteligente que conozco (la de mejor gusto en todo, eso seguro) me hizo algunas preguntas certeras después de un delicioso desayuno de medio día --y sí, los lumpen también bruncheamos. "Búscate un cuarto que sea tuyo, como dice Virginia..."
Si fuera una escritora inglesa de principios del xx, sólo me faltarían las 500 libras de renta para ser feliz: el cuarto me encontró al tercer día.
, ¿Qué se muda cuando uno se muda? Se vacían los cajones, se encuentran los libros que se creían prestados o perdidos, se hace recuento de cosas inútiles. Danza callada de los objetos que nos siguen, como lapas sobre las aletas. Y de las personas que se quedan donde ya no seremos bienvenidos.
, Si mudanza es cambiar de posición en el mundo, a cada mudanza cambiamos de mundo.
, Secreta gloria adolescente: pensar que nadie nos comprende. Secreta gloria adulta: pensar que todos nos comprenden.
El misterio de la madurez debe ser que no hay misterio: se da el salto en el vacío y las posibilidades se reducen a la caída o al vuelo. Ninguna importa, el salto importa. Y si lo anterior es incorrecto, sigo en la deriva. Respirando, eso sí, hasta nuevo aviso.
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