sábado, 29 de enero de 2011

Sobre el arte de mudarse dentro de la propia habitación

Un poeta no habita en casa sino en las encrucijadas.
Marina Tsvetaieva

Me mudo a razón de 5 o 6 veces por año desde hace 3 años, pero el departamento donde vivo actualmente me gusta tanto que podría quedarme aquí por tiempo indefinido. No es sólo vivir con gente que además de querida tiene la rara cualidad de ser inteligente, sino que la ruta a mi trabajo se hace en tiempo récord para esta ciudad, los gastos no son tales que me tengan al borde de la aterradora fame, como en otras ocasiones, y he sido adoptado por dos gatas hembra que me hacen compañía de un modo discreto, frío en ocasiones, pero que en todo caso va muy bien con mi necesidad de espacio.

Sin embargo, mudarse para mí es lo que podríamos llamar una condición espiritual. Si creyera en esa tontería de las vidas pasadas, podría pensar que en otra reencarnación fui un prófugo de la justicia y que la costumbre permaneció a través del proceso metempsicótico hasta esta carne que se siente encerrada luego de pocos días en los mismos espacios, las mismas rutas y los mismos nombres. Ante la imposibilidad de dar cuenta del mencionado proceso, me voy por la hipótesis de que simplemente me aburro con facilidad, y el aburrimiento es algo que me aterra genuinamente, casi tanto como el hambre.

Por eso, y a la espera conjunta de que Nancy se mude conmigo, he comenzado un juego formal para responder a mi necesidad de vistas y espacios nuevos, que es lo que ocurre básicamente cuando uno se muda, y que es como decir que mudarse de espacio es mudarse de ojos y mudarse de vida. El juego consiste en mudarse, pues, dentro de la propia habitación. No es una tarea titánica realmente, dado que por el mismo rasgo paranoico que me ha hecho mudarme tantas veces (aunque no ha sido siempre por aburrimiento, y en algo el azar aporta su cuota de incertidumbre) mis posesiones caben siempre en una camioneta no muy grande, con el fin inconsciente de poder escapar durante la noche --como ha ocurrido alguna vez-- sin que nadie escuche los ruidos propios de la fuga. Así, no es lo mismo despertar cerca de la ventana que del otro lado de la habitación (no muy grande, a todo esto), ni tomar los libros del pequeño librero con un movimiento de poco esfuerzo que tener que levantarse del escritorio y dar un par de pasos hasta ellos.

La mudanza intra-habitacional se resume en una dinámica de gestos. Recuerdo de pronto un cuento de Milorad Pavic, "La jaula blanca de Túnez en forma de Pagoda", contenido en el libro Siete pecados capitales. El narrador de este cuento se muda imaginariamente a diferentes casas que observa por la calle; las amuebla en su imaginación durante sus largos periodos de insomnio. El narrador se propone la difícil tarea de amueblar una casa específicamente para empatar con los movimientos de JM; para ello, realiza un "diccionario de movimientos". Atención: no es un inventario, pues un inventario sería únicamente la computación de cada movimiento. El valor del diccionario (como en la obra --obras, en rigor-- más conocida de Pavic, El diccionario jázaro) estriba en que hay una intención cualitativa, interpretativa en lo que de otro modo sería mera acumulación. Valdría más un pequeño ejemplo de las múltiples posibilidades gestuales:
Ordené los picaportes y cerraduras del maestro Lunich, cuyo taller estaba cerca de Kalemegdan. De él ordeno todo el latón cuando trabajo en edificios reales. Pero aquí los pedidos eran especiales. Ni siquiera dos picaportes debían ser iguales. La razón era simple. Cada uno de los picaportes induciría un ademán diferente en los largos dedos de JM. (...) Uno tenía la forma de un pájaro que estaría en la mano de JM cada vez que abriera la puerta de la sala de baile en el piso superior, otro era como el mango de un arco de violín, el tercero como un abanico chino.
(p. 17. Ed. Sexto Piso)

Tal vez sin proponerme una especificidad como esta, sí me planteo que la cotidianidad es una especie de coreografía improvisada. A la manera del jazz, uno dispone de tiempo y de instrumentos, pero la combinatoria, si bien no infinita, admite numerosas permutaciones. Sin ir más lejos, para tomar Siete pecados del librero he debido mover la silla hacia atrás, impulsándome levemente con los pies de la pared detrás del escritorio, me he levantado, he dado tres pasos de espaldas al escritorio y he realizado la operación inversa luego de tomar el libro. No se me reprochará que, por ejemplo, la cita que he elegido para ilustrar mi punto sobre los gestos, además de una cita bella, pudo ser de otra parte del cuento, de otro autor, o incluso que, en un acomodo intra-habitacional distinto yo ni siquiera me plantearía el asunto de escribir un texto sobre las mudanzas dentro de la propia casa. Es una baile improvisado sobre la música del azar.

Hace unos días veía con unos amigos la película Black Swan, del director Darren Aronofsky, y de la cuál mi amiga Victoria Guerra escribió algo sumamente interesante. Uno de mis amigos resintió físicamente la, valga la redundancia, fisicidad de la película. JM del cuento de Pavic es precisamente una bailarina, tal como Natalie Portman, tan flaca que parece que se va a romper, pero es hermosa y lo será hasta que se muera, como una maldición; no podría contarse una película alrededor de bailarines, creo (y pienso en The company, de Robert Altman, por ejemplo) sin una clara y recurrente referencia al cuerpo, porque los bailarines sólo son bellos en escena, fuera de ella son insoportables, tienen los pies espantosos y hábitos detestables, como mantener una dieta a base de queso, uvas y cocaína. También: el instrumento del baile es el cuerpo. En fin. Mi amigo vomitó después de las múltiples metamorfosis de Portman; Valeria y yo, en tanto, con un estómago más resistente, comentábamos la película. Yo hablaba sobre cómo hacia el final (y no hay que temer spoilers a partir de este punto, seré cuidadoso), Nina utiliza gestos y expresiones que son el correlato de su cambio interno, su expresión palpable y sobre-escénica, es decir, que van más allá de lo escénico, que son como una personalidad añadida. Adivinaron: la palabrita mágica es otredad. Así, los gestos nos vuelven otros. No podría ser de otra forma: los gestos son la expresión inconsciente de lo que somos, el lugar de mediación entre nuestra economía psíquica y el mundo.

Por eso al mudarse dentro de la propia habitación uno debe hacerse por lo menos una idea del tipo de otro que pretende ser. Mucho se dice sobre el "ordenado desorden" en las habitaciones de adolescentes; debemos sospechar que algo hay de pereza en tal desorden, como repiten los padres, sin embargo hay que considerar igualmente que la personalidad está definiéndose durante esos años según un molde que el adolescente busca desesperadamente romper. La búsqueda de la individualidad (o "construcción de la subjetividad", como quiere la jerga académica que le quita el sabor épico a la vida...) es, desde cierta perspectiva, la búsqueda de los gestos propios del yo. ¿Cuáles podrían ser? Uno no lo sabe y mientras los descubre o los inventa (en las palabras que usa, en el hecho de fumar o no hacerlo, en la cantidad de movimientos que requiere la vestimenta, etc.) el yo va tomando un aspecto reconocible con el que un adolescente puede volverse esa misteriosa creatura que la sociedad ha llamado "persona adulta". Por supuesto que juego de algún modo al peterpan a través de mi mudanza intra-habitacional: temeroso como soy de identificarme con un yo mío, con un self, si no he entendido mal, que dicen los psicólogos gringos, busco evadir esa identificación castradora con un yo mismo al cuál tenga qué responder frente a cualquier acción o decisión, ese Superyó, ese Ello, esa Loi que Sartre cree haber evadido por el accidente de no tener padre, y que, desde mi modesto juego, creo evadir también a través de la mudanza intra-habitacional y, en otro frente que no me ocuparé de describir, desde la escritura. Me parece mucho más interesante pues el j'est une autre que el I am mine

Cuando Nancy se mude, y sólo ella sabrá cuánto tiempo falte, seguiré moviéndome dentro de este lugar que poco a poco se va convirtiendo en mi casa, pero deberé aprender a respetar su espacio propio (the room of her own, que dice Virginia Woolf), su decisión de estar o moverse, de ser ella misma u otra. 

Yo la quiero a ella, no importa quién sea.





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viernes, 28 de enero de 2011

Helicópteros

Frente al colegio había un campo de futbol americano donde cada miércoles nos llevaban para la clase de educación física. Ese miércoles, sin embargo, el campo amaneció lleno de camiones de bomberos, patrullas y ambulancias. Al salir de clase, mi madre me contó que un helicóptero había intentado aterrizar sobre el campo, pero fuera por una corriente de aire mal calculada o la impericia del piloto, el helicóptero chocó de lleno contra una de esas H enormes —a las que desde la ignorancia llamaré "porterías"— y se hizo añicos como una mosca en una licuadora.

La historia estuvo fresca muchos días. De las versiones oficiales, si las hubo, no recuerdo ninguna, pero recuerdo una broma muy común por entonces: antes de cruzar la calle, fíjate a la izquierda, a la derecha y hacia arriba. Hasta entonces comencé a ver los helicópteros como algo "real", no sé si me entiendan. Uno ve un helicóptero sobre la ciudad —siempre precedido por su tableteo de aspas— y lo mismo podría ser un ángel o un concepto en la inmaterialidad que le confiere la distancia a todas las cosas, como el horizonte mismo. Y aunque no haya visto (o no lo recuerde, lo mismo da) ese nudo de acero retorcido sobre el campo quemado, imagino la chatarra y toda esa ruina de violencia como algo sumamente amenazador que debió imprimirse en mi imaginación infantil y persistir hasta ahora.

Hace unos meses escribí: "cuando escucho un helicóptero me gusta pensar que por fin me encontraron". Hay algo de siniestro en ello. Podemos pensar en los helicópteros de las películas, lo más cerca que muchos estaremos jamás de esos aparatos; esos helicópteros suelen ser utilizados por policías en pesquisas a toda velocidad, o por el malvado magnate que rapta a la chica y suelta un pequeño discurso para el héroe que queda frustrado e impotente viendo cómo la libélula de hierro se aleja por el aire. (¿Escribí en serio "libélula de hierro"? Vaya cursilería. Imaginen que escribí "pterodáctilo". Gracias.) Al final de otras películas, cuando la hazaña se ha completado y la policía llega (como los testigos o el pueblo en los relatos de Berceo) sólo para dar fe del milagro, no suelen faltar helicópteros que aporten drama a la escena, con sus luces que contagian el ambiente de una sensación teatral y ese ruido demencial que, paradójicamente, al opacar los demás sonidos hace que todo parezca sobreexpuesto.

Es el efecto de "descubrimiento", o, ¿cómo decirlo?, de exposición en sentido judicial lo que suele fascinarme de los helicópteros. No es difícil creer que al ver un helicóptero el helicóptero puede verlo también a uno. Para aportar a esta hipótesis podemos traer a cuento el sentido fotográfico de "expuesto", y más: sobreexpuesto: algo que de tan visible pierde visibilidad, porque lo visible debe estar en un punto medio que nos permita contrastarlo, de otro modo desaparece. Me vienen a la cabeza los velociraptors de Jurassic Park: nos cazan en parejas, con ruidos amenazantes pero con sigilosa precisión; cuando escuchas el helicóptero, así como al dinosaurio, ya es demasiado tarde para escapar, estás en el rango donde puede ejercer el filo de sus armas, nace en ti la conciencia de ser cazado, de perder humanidad súbitamente: de ser presa.

No pensamos en el piloto, claro, en que hay un piloto dentro del aparato, pensamos en una mosca gigantesca, un monstruo o una nave espacial que se dirige por sí sola sobre el aire a voluntad, como un animal o pájaro (que no es lo mismo). Desde los aviones uno puede apreciar con perspectiva lo poco que se levanta la orgullosa civilización humana sobre la Tierra; pero desde la tierra, desde donde los aviones son aún más inmateriales y son casi nubes reflejando un pedazo de sol, los helicópteros están como en un punto medio: ni tan altos como ángeles o aviones ni tan amenazantes y cercanos como autos. Los helicópteros viajan en un limbo, en una zona de indeterminación. Son los únicos que se disputan ese territorio, opaco en la teoría aunque transparente, entre la ciudad y el cielo, los polos real y metafísico.

Debo traer nuevamente la palabra "ángel" por su pertinencia para el caso: mediadores entre dos realidades, mensajeros en la mitología cristiana, los ángeles pueden participar de la presencia divina (lo alto) e intervenir en los asuntos humanos (lo bajo, claro.) ¿Pero cuál es el lugar propio (locus) de los ángeles? Habría que preguntarle a Maimónides, pero mi posición relativa al librero requiere un esfuerzo que no me siento capaz de realizar.

Tal vez esa misma indolencia propia de mi personalidad sea lo que les confiere a mis helicópteros su carácter amenazador. No hace falta haber leído a Paul Virilio (aunque ayuda) para comprender este desfase entre velocidades relativas. Un punto inmóvil que funciona como perspectiva (yo, frente a mi mesa de trabajo) y un punto evanescente, ruidoso y veloz que relativiza la posición del punto inmóvil —el helicóptero que cruza tal vez sobre la colonia Del Valle y de pronto, como si nada, pasa de la delegación Coyoacán a la Benito Juárez y se pierde sobre el cielo acotado de la delegación Cuauhtémoc—, y le otorga por su propia velocidad el sentido de su inmovilidad, así como esos ángeles —no temamos ir demasiado lejos— en el canto xxxi de la Commedia le dan a Dante la perspectiva de su inmovilidad relativa frente al baile frenético, ballet de helicópteros, que precede la aparición de dios mismo.

De pronto el asunto recuerda a la famosa carrera de Aquiles y la tortuga. No ahondaré en ella porque es de sobra conocida y porque, de nuevo, me invade una pereza invencible. Y se me ocurre esa otra velocidad, más "veloz", si se perdona la rudeza de la construcción, que es casi como la instantaneidad en física teórica, si he comprendido bien. Al apuntar con el pensamiento a los ángeles de Maimónides o de Dante, los traigo a escena en este texto sobre helicópteros, pero al no traerlos en los mismos términos en que son caracterizados por sus ilustres autores allá, observándome desde el librero que se me antoja de pronto en otro país muy lejano, los modifico, produciendo entre su presencia aquí y su presencia allá un desfase, que se parece justamente al punto medio donde hemos ubicado a los rapaces helicópteros. Su presencia impresa allá, como libros, pero aún más en mi memoria como referencias, como imágenes, les aporta la posibilidad y la utilidad de su presencia aquí, en este texto, para hacer de improbable símil de un aparato moderno —aunque de origen renacentista si recordamos los bocetos de Leonardo sobre helicópteros, o si vamos un poco más atrás en el tiempo, con aquellos frisos de Abydos que fascinan a los ufólogos aficionados que creen advertir sobre una pared de miles de años de antigüedad las formas de un cohete espacial, un barco sin velas, y claro, un helicóptero pintado o tallado en piedra, no recuerdo con exactitud.

Y de pronto hemos llegado al día de hoy con el tema egipcio. Me entero que el gobierno ha cercado electrónicamente el país, el tráfico de Internet ha caído súbitamente de la noche a la mañana y no se sabe bien a bien qué pasa en Egipto mientras escribo esto. Será que yo no sé qué pasa, pero la Revolución se está retuiteando mientras tanto: la situación está sobreexpuesta en sentido fotográfico: el cerco de noticias es tal que no podemos saber con precisión qué ocurre ni por qué, en la red egipcia o en sus calles, tan poco distantes geográficamente de esos molinos de viento que se han confundido inverosímilmente con naves espaciales y helicópteros.

Leer estas noticias es como participar de la velocidad de vigilancia de un helicóptero sobre una ciudad que ha quedado cubierta de niebla: creemos pasar sobre ella y abarcarla rápidamente, pero en realidad no vemos nada. El piloto del helicóptero tampoco ve mucho de lo que está bajo el aparato. Es poco probable que pueda participar en una escena voyeurista aunque pase rozando las ventanas de los edificios más altos de la ciudad; no tiene a su favor la presencia invisible en la noche de los binoculares del voyeur y tiene además en contra el escándalo de su helicóptero, de cuyo control no puede permitirse distracciones.

Quién sabe si aquel helicóptero estrellado de mi infancia no estaría tripulado por un grupo de voyeurs ricos con cámaras de potente zoom; tal vez le muestran al piloto un negativo de la pareja del piso 36 —ya que este equipo llevaría por fuerza un estudio de revelado portátil, con un cuarto oscuro y sales de plata en contenedores que soportaran el vaivén del vuelo—; este se distrae un segundo con la imagen y otro helicóptero pasa rozándoles el fuselaje; el piloto vira a tiempo para esquivar la embestida pero el cielo se ha hecho muy pequeño de pronto, y al abandonar su estudiada trayectoria aparecen más y más helicópteros como parvadas de moscas delatadas apenas por un par de luces, azules y rojas. El piloto querría perder altura para ganar control, pero es demasiado tarde: no ha visto la gran H —que desde la ignorancia llamé "portería"— con la que la cola ha chocado ya, y las hélices posteriores han salido disparadas, así como la mayor parte del grupo de voyeurs millonarios, y el helicóptero entra con toda su velocidad y sus toneladas a cuestas sobre el campo desierto.

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César Aira sobre el azar

"Había que jugar el juego del azar y de las conexiones. En general se desconfía del azar por su cualidad de imprevisible; lo que no se tiene en cuenta es que el azar, por su funcionamiento mismo, no falla nunca."

(César Aira. Las noches de Flores. Mondadori, 2004)

miércoles, 26 de enero de 2011

Dos traducciones de Charles Bukowski




Sin título
 
tantas teorías
y clichés
al demonio.
tantos rostros
optimistas
hermosos y crédulos;
querría llorar
pero el dolor es
estúpido.
querría creer
pero la fe es
un cementerio.
dejémoslo entre el
cuchillo de carnicero y el
sinsonte.
deséennos
suerte.



a la puta que se llevó mis poemas

algunos dicen que hay que dejar fuera del poema los tormentos
personales,
mantenerse abstracto, y tienen algo de razón,
pero dios;
doce poemas perdidos y no tengo copias y tienes también
mis
pinturas, las mejores; es asfixiante:
tratas de acorralarme como todas las demás?
por qué no tomaste mi dinero? ellas suelen tomarlo
del pantalón del borracho dormido inconsciente en un rincón.
la próxima vez llévate mi brazo izquierdo o un billete
pero no mis poemas;
no soy Shakespeare
pero hay veces
que simplemente no habrán más, abstractos o de cualquier tipo;
siempre habrán dinero y putas y borrachos
hasta la última bomba,
pero como dijo Dios,
cruzado de piernas,
veo que he creado muchos poetas
pero no tanta
poesía.


Versiones de Javier Raya
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viernes, 14 de enero de 2011

Memoria de lecturas

-La reclusión solitaria, Tahar Ben Jelloun.
-Libro de Manuel, Julio Cortázar.
-Escritos sobre psicoanálisis, Louis Althusser.
-Jardín: novela lírica, Dulce María Loynaz.
-Complete plays, Sarah Kane.
-Severiana, Ricardo Chávez Castañeda.
-Les mots, Jean-Paul Sartre.
-La muerte de Iván Ilich, Lev Tolstoi.
-La maquinaria ilimitada, José Kozer.
-Romances de Coral Gables (1939-1942), Juan Ramón Jiménez.
-Todos los fuegos el fuego, Julio Cortázar.
-Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino.
-Ensayos sobre crítica literaria, Antonio Alatorre.
-Pastilla camaleón, Julián Herbert.
-Gilles de Raiz, Vicente Huidobro.
-Prosa de transiberiano y de la pequeña Juana de Francia, Blaise Cendrars.
-Breviario de los vencidos, Emile Cioran.
-La conjura contra América, Philip Roth.
-Elegías de Duino, Rainer Maria Rilke.

miércoles, 12 de enero de 2011

2º Nonálogo de la Literatura Ninja

A Alan Mills, 
tecnoprofeta jaguar


1. Como saben los estudiosos de la Torá, los mandamientos que YHWH entregó a Moisés en el Sinaí son nueve, no diez. No hay veinte números mayas, sino 19. El cero que completa desde la ausencia, lo que no está, es ninja.

2. El futuro que conocimos siempre fue críptico y acotado: Y2K, 9/11, 2012. Futuro o pasado, el mundo existe porque termina. Frente a esto, asumir que el mundo podría no querer ser cambiado (Welttodstrieb) y asumir una fe postapocalíptica en la única expresión sincera de nuestro tiempo: los videos de gatitos.

3. Las vanguardias poéticas del xx fueron la avanzada de un ejército fantasma. Más que resistencia, hoy necesitamos ataque (Lumbreras dixit). ¿Pero desde dónde vendrá el ataque si el poeta está demasiado ocupado afianzando su fama local, decorándose el ombligo? El no estar como condición de posibilidad de la poesía del xxi. Abstenerse de figurar en la foto. Aparecer en el msn siempre como Ausente.

4. En verdad os digo que por "videos de gatitos" el poeta ninja entiende "vodka".

5. El poema del xx fue zombi, cual Jesús. Los hacedores de versos repiten el gesto zombi: sin asumir su propia muerte, blanden su escritura corrupta como un miembro podrido. El poeta ninja no tiene trato con estos seres, antes su misión es liberarlos: el espíritu crítico ha de ser implacable. Del cuerpo putrefacto de la literatura, la literatura ninja será el miembro fantasma: ese que sin estar, duele.

6. El poema del futuro será ninja o no será: agazapado en el jardín rizomático, sin lugar propio, se deja ser.

7. Podemos escribir los versos más tristes esta noche, pero –bartlebys— preferimos no hacerlo.

8. Hay industria editorial, tuiteratura, lecturas públicas, slam poetry, performance poetry, libros, plaquettes, cartoneras, blogs, grafitti, hip-hop, mensajes de texto... La ubicuidad de la literatura actual atenta contra la discreción del poema ninja. Sin embargo, como la carta robada, la literatura ninja se esconde a plena luz, a la vista de todos.

9. El arcano IX del Tarot de Marseille es un ninja que camina de espaldas: observa su pasado irremediable a través de la lámpara donde brilla su corazón. No usa máscara: su rostro es su máscara y su máscara es la luz de esa lámpara donde —colores— confluyen los rostros del pasado: son. Al dar la espalda a lo imprevisible del futuro —profeta del instante—acepta todo. Antisócrates, su ejercicio es desconocerse a sí mismo: se ríe de la vanidad de quien dice "yo". El poeta ninja es brutalmente, furiosamente, felizmente Nadie.

México D.F. a
12 del 01 del 2011 Después de Cristo
10 Chuen (Artesano, mono) y 4 Muan (pájaro muan)
4709, año del Conejo
1433 en los días del Profeta
5772 desde la creación del Mundo
y unas cuantas firmas invisibles al calce. 

1er Nonálogo de la literatura ninja
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martes, 11 de enero de 2011

Mandarina


a N. H.
Con las manos llenas de luz,
abro un tajo de cáscara y la fruta resuella,
su respiración es sencilla
como un pájaro cansado.
Tajo en cáscara (Portugal),
leve lumbre, fricción de leva.
Gajo: descoser las lunas interiores.
Gajo: rompiente de agua solar.
Placer infantil de juntar las semillas,
de ensayar estrellas fugaces.
La mandarina no será nunca feroz --y
un zarpazo en el ojo que recuerdas
te desmiente.
Gajo: bajo la membrana transparente
hay juntas muy gotitas, inmóviles
subiendobajando
como en las escaleras invisibles
de LA LVNE (Arcana xviii),
con un tajo (Tajo) marino
donde vive un cangrejo de gajos.




2.

Ávida,vida
en el fondo de su sueño,
la mandarina se deja simbolizar.
Parto: nace un gajo. Hoja,
abrir (parir) de la fruta,
enterrado libro
en el fondo de su cáscara.
Ignorante de sí, la acidez
baila con la dulzura,
se dan a lamer la boca
en el asombro (sombra)
lunar. Blanco lunar
la semilla donde un árbol
pequeñito se pone de pie.

y 3.

El mandarín de pasos
leves,
de pasos evaporados
le abre la bata a la emperatriz;
sus pechos clarísimos lo ciegan.
Todo es hervidero
cuando rezuma en su boca
el jugo (saliva, juego) del pezón.
Sube el rumor de fruta a sus mejillas
como discreta lumbre de pabilo
a medio mandar.
La mandarina se despeina;

las insignias reales, los tocados
ascendentes como ramas
se dejan (cáscaras) enrollar.
Cara y cara juntas
se dan a lamer la boca
se dan a probar alternativamente
la acidez (zumo) de un sudor
y la dulzura (gajo)
de una lengua (jugo) de palabras
cerradas como puertas
y todo beso es traducción
de ásperos signos impronunciables
y nada en el mandarín es mandar:
sumo amor en la obediencia
de lavarle la cresta impura
a la mandarina que se deja alumbrar.

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domingo, 9 de enero de 2011

Ver: decir, 2



Una palabra persiste: accidente. Por sí sola esa palabra no explica nada.
Afortunadamente, contigo las explicaciones son irrelevantes.


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viernes, 7 de enero de 2011

Ver: decir

La fée verte


Ver: dar ser al mundo. 
Ver, dar: acción de verdar. 
Verdar vida. 
Verdad. 
Ver del verbo ser. 
Ver: decir. 
Verdecir. 
Ver: verte que te quiero, 
verte. 
Verter: dar.
Ver: de ti.
Ver: bendecir.


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Amoroma

El amor estorba. Pone dentro de un paréntesis (pecera) nuestros planes para el tiempo. Soy cínico, me rehúso a creer que hay destino; creo desde hace tiempo que cuando te mueres no hay más, sólo tienes violentamente esta vida, esta percepción y lo que haces con ella. Pero.

Con el amor uno teme la muerte, puede pensarse. La muerte de lo que se ama, el fin de ese atisbo de felicidad posible. ¿No será que se ama debido a la muerte? Creo que es la lección oculta del Fedro platónico: si se ha de aprender a morir, debe aprenderse a rechazar las apariencias en favor de la contemplación de la idea; pero, si se ha de aprender a vivir, ha de aprenderse a contemplar las apariencias en su ser transitorio, en su pasar irremediable. Aceptar pasar.

He estado tan cerca de morir tantas veces que la vida me parece casi un accidente (o un excedente si hubiera destino): hospitales, asaltos, accidentes vehiculares, sobre todo mi cuerpo y su precoz Todstrieb. Por eso mismo podría decir que la muerte no me asusta; me causa curiosidad, muchísima, pero en cuanto a su ser histórico. ¿Cómo moriré? ¿Dolerá? Creo que por eso desconfío de la estabilidad de la vida, de los planes a largo plazo, sin embargo hago cantidad de planes para periodos cortos, cuestión de minutos (moviéndome por las habitaciones con una precisión que imagino digna de un equipo SWAT, sin desperdicio de acciones). Pero divago. Será que me da miedo pensar la muerte de lo que se ama.

Sospecho que Quevedo sospechaba de la continuidad del amor al escribir "polvo serán, mas polvo enamorado." El amor individual termina, sí, pero el amor como puissance es una corriente subterránea mezclada con las turbias aguas del Leteo, "olvidado" de sí, mas persistente.

El amor dura para siempre, pero en sus propios términos que no son los humanos; por eso es fácil confundirlo con la idea de dios. Esa reducción simplista del amor.

Tal vez amamos porque identificamos el momento de coyuntura del yo con esa dialéctica de lo que "mueve su esfera y alegre se goza", que decía Dante, con el accidente en el tiempo de otro yo individual, que al igual que el mío, también pasará. Por eso el "amor" deriva en temprana vejez del ser: agotado de revivir un austero instante de dicha, se resiente con ese inválido yo que ha dejado seco.

El yo se sostiene de las apariencias para confirmar su sospecha de que, tanto yo, no puede morir. Incapaz de imaginarse no siendo, desarrolla infértiles esperanzas de inmortalidad en cada cosa. Eso no es amor. Amor debe parecerse más a morir en cada cosa, es decir, a asumir anticipadamente la imposibilidad del ser eterno de las cosas. Dicho de otro modo, aceptar que las cosas son, y de golpe, que mientras son, se anticipan a su no-serán. Nirvana: dejar. No hay (pecera).

Si el amor, pues, es la muerte, entonces todos, todos los caminos humanos llevan al amor.

miércoles, 5 de enero de 2011

Seducir al azar

Salir a la calle con un paraguas no es un acto de prevención, es un acto de provocación. Es decir a la lluvia "ven, si te atreves".

Hacer espacio para tu ropa en los cajones. Provisionarme de cosas que te guste desayunar. Hablar largamente de tu presencia a las gatas para que se acostumbren a ti, para que les hagas falta.

Al destilar whisky, como parte del proceso, los niveles del bidón se reducen debido a la evaporación de los primeros alcoholes. A esto, los destiladores de whisky escocés dan el nombre de "la porción del ángel". Me adecúo a este azar, por ejemplo, bebiendo mi taza de café y bebiendo seguidamente la que sería para ti.

Levantarme a la hora que meditas y meditar contigo desde acá. Este canto de la respiración, esta fuga de la conciencia donde ni siquiera tú puedes existir es el lugar más sencillo donde podemos habitar: desprendidos del yo, casi sin amor incluso para que nada nos estorbe. Libres.

Ocupar estrictamente el lado de la cama que tú no ocuparías si estuvieras. Levantarme de noche, insomne, acostumbrando mis movimientos a la presión necesaria para no despertarte, cuando duermas aquí.

El santo carece de fe. No la necesita. Sabe que su dios está en todas partes así, con más fuerza que un teorema. Yo te veo ya, humana, absolutamente humana atravesando las habitaciones y las calles hechas para el ejercicio de atravesarlas contigo; el borde de las tazas, los picaportes, las llaves de agua con su ciega prevención de objetos sugiriendo ya tus manos.

Mi boca esperando --animal invernal-- la vuelta de tu boca solar para instalarse en ella. Ver ya los heraldos verdes de tu presencia incluso en las cosas más nimias, en los semáforos por ejemplo tanto como en los árboles que bailan con el viento sin necesidad de verlo.

Con justicia, darte lo que ya te pertenece aunque sea in absentia, para cuando decidas --palabra mágica-- venir a tomarlo.

domingo, 2 de enero de 2011

Mar que no cabe en el mar

A cada duda mía, antepones felicidad. La base de tu silencio impenetrable que no permite asedio, y que sin embargo es un margen de vida perfectamente habitable.

Tantas cosas enfrente: ¿cómo pensar en dejarte entrar en este asunto difícil, de absoluta severidad, que es mi vida? ¿Lo es? ¿Mía? Mi vida es un accidente y en todo caso ya entraste con tu libertad a cuestas. 

¿Dije duda? Ni siquiera duda: lo que un occidental del xx (ser hombre de mi siglo me supera) puede hacer codiciando a una cortesana hindú del x. ¿En qué idioma hablar? No hacen falta palabras para besar, pienso.

Pensé --desde esa soberbia estoy ya de entrada, derrotado-- que se tendía a la felicidad, que se pasaba por ella como rozando una casa vacía con los ojos desde la carretera. Pero tú vives en esa otra casa de ahí, esa casa que elude toda tentativa del ojo por apresarla. Feliz distancia, desolación sin peso.

¿Cómo devolver, pues, tanto mundo dado al mundo? ¿Tanto mundo mundando, Gelman? ¿Dado para pervertir un azar, pez moteado de rodar? ¿Tanto órgano de la querencia inagotable, sudando, manido, como el trópico que separa tu norte, V., de este tanto centro y tanto sur irreparable? ¿Tanta voz colgada aún de dónde en el todavía?

Estamos haciendo un cadáver exquisito en aquella librería gigantesca: tú tienes una novela de García Márquez y yo una de Alexis Díaz Pimienta, palabrero extraordinaire. Seguiremos hasta agotar incluso diccionarios. Dejar que las palabras sean palabras; dejar que los significados se muerdan como perros allá, sin que nos ocupe su ciega rabia.

Tu paz inalcanzable que no se deja pensar, pienso. La felicidad tampoco se deja pensar. El mar, se sabe, no cabe en la palabra mar.

Una vez le dije a Yaxkin: "escribir poemas como plantar la semilla de una selva en la luna." Tú eres una selva súbita; nada hay estéril en ti. Eres el poema que n'abolirá jamais l'écriture. Eres vida.

Para fines prácticos, ser libros. Así: libres.

sábado, 1 de enero de 2011

Somos libres

No se puede querer de este modo tuyo,
mío, impunemente.
Hay que pagar el precio: esto
en todo caso
no puede ser amor;
el amor no existe:
contigo
es una cosa
que vamos a inventar.