martes, 25 de noviembre de 2008
Filosofía y niños
1.
Mi primo pregunta: ¿por qué Jesús es Cristo?
Coño.
Se llama David. Tiene 6 años y es una pirinola. Y ahora resulta que de la nada se le despertó la curiosidad teológica. A su edad, Dios era lo que más me angustiaba a mí. Acaso siga siendo mi pensamiento más extenso durante el día. ¿Pero por qué preguntarme a mí, a un cuasi hereje?
Pues bueno, le expliqué lo que dice la iglesia, lo que le dicen los domingos: "Dios Padre hace que su hijo venga a la Tierra para enseñar el amor..."
--¿Pero si es Dios, por qué muere?
(fuck!)
--Bueno, porque al venir a la Tierra era un hombre, como nosotros.
--¿Y por eso lo matan?
Yo no creo que Cristo sea Dios. Creo que Jesús el Nazareno era un excelente propagandista, alguien que legítimamente quería aportar felicidad a los demás, un filósofo popular, un enemigo del César que mereció la cruz como tantos otros. ¿Pero qué le contestaba a mi primo?
--No importa cómo murió, piensa mejor cómo vivió, cómo le dio esperanza a la gente mediante la palabra...
Luego me preguntó sobre el Mal, sobre la confesión, sobre el arrepentimiento. Es enfermo que exista un dispositivo espiritual que le genere una angustia tal a un niño. ¡Cómo se puede pensar en el mal! Y claro, yo tenía una culpa grande por cualquier cosa, por cualquier pequeño pecado de pensamiento-palabra-obra y omisión... Otra cosa: tiene dos nombres, el del rey David y Azael, ángel que "convive con las hijas del hombre", según Enoc. Es decir, ya en su nombre hay una carga simbólica muy fuerte de transferencia: está destinado inconscientemente a matar gigantes, a ser un picaflor. Le dije: Dios te dio el libre albedrío, sé lo que tú quieras mientras te sientas feliz.
De acuerdo, la felicidad está sobrevalorada. Pero la búsqueda de la felicidad es más legítima que la de la verdad. La verdad podemos conocerla, si acaso, por lo bello: lo bello es bello tanto que bello. No aspiro a otra verdad realmente. Y la felicidad es tan efímera que hay que pensarla en fracciones de tiempo ínfimas. Esperaré hasta su siguiente cumpleaños para hablarle del nihilismo...
2.
Hubo dos cosas maravillosas en la lectura del viernes pasado en el Claustro:
1) Que Edmée descubriera que después de todo SÍ era poeta.
2) Azul.
Azul es una niña (¿4, 5 años?) hija de una de las poetas que leyeron ese día. A su madre como a ella las vi también en un evento de "Poesía y Movimiento" en el metro Bellas Artes donde también me encontré a Rojo. La pobre Azul estaba harta (¿qué es esto de que la gente en esta historia tenga nombres de colores? ¿Influencia inconsciente de "Reservoir Dogs"?), y recuerdo que pasó a nuestro lado indignada por el trato que estaba recibiendo...
Pero con todo y el frío que hizo en el claustro este viernes, Azul se veía de lo más feliz.
Mientras me discurría en profundas libaciones, la pequeña Azul me tomó de la mano y me pidió que la subiera al escenario. Arriba, sintió un poco de miedo escénico, que se diluyó rápidamente. Su madre le pidió que bajara. Azul me asegura que en una próxima lectura leerá ella misma sus versos. Los imagino bellos.
Reencontrarse con amigos, atenazar el miedo a lo propio, fundar nuevos recuerdos. Si eso no es poesía, entonces no es nada. ¿Y una niñita llamada Azul viene y me toma de la mano? Haya esperanza.
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domingo, 23 de noviembre de 2008
Las Fuentes de la autocensura
Para los tres lectores que tengan jeisbook en el grupo de la Revista Replicante se está llevando a cabo una nutrida discusión en torno a los limpiabotas, ejem, críticos literarios que hablan o dejan de hacerlo sobre la vida, obra y milagros de nuestro very own Carlos Fuentes. Para consultarla empujen estas palabras y no se lo pierdan.
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jueves, 20 de noviembre de 2008
Slam de poesía- Universidad del Claustro de Sor Juana
Las microscópicas letras del cartel conminan a todos ustedes (y a los 3 lectores que se enteren por aquí) a asistir el viernes 21 de noviembre a la Universidad del Claustro de Sor Juana, (Izazaga 92, muy cerca del metro Isabel la Católica, col. Centro) al fabulosísimo slam de poesía que tienen a bien organizar en beneficio de la felicidad y la esperanza, y de todas las cosas buena onda que vienen a la cabeza cuando la gente se reúne, impúdica, frontal, casi desvergonzadamente a leer sus cosas, como si no hubiera mañana, caray. Va a estar más que bien esto, pues. En fin, ojalá puedan ir y ser felices. Ah, es a las 6.
En fin, que nunca pude poner el trinche cartel en grande. Sorry.
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jueves, 13 de noviembre de 2008
Poemas
Esta tarde leí unos textos en el 1er maratón de poesía Donceles 66. ¿Los pretextos? El día nacional del libro y homenajear a José Emilio Pacheco por sus casi 70 años. Digo pretextos porque no hay razón para leer poesía realmente; es una suerte de resistencia nomás. Escribirla o leerla el mundo como está, es ya en sí un acto poético, una ingenuidad sagrada. Aquel que lo hace no anda muy bien o tiene una definitiva esperanza en el futuro. En mi caso, siento pertenecer a las dos categorías propuestas.
,
Identificación de la Belleza
Reculan y citan los peritos
a comparecer a la Belleza,
una Elena de barrio, 17 añitos a lo más:
cuentan los dientes que le faltan,
verifican la dureza de las escamas,
la solidez de la pezuña,
la curvatura de la joroba
de acuerdo con los registros de proporción áurea vigentes.
Que no se parece a nada, dicen:
sabe a limón.
,
Novela negra
Quede claro: crujido no hay
de insecto superestético ni cinestésico
ni revolucionario, más que bosque
no hay nada en el crujido más
que bosque agazapado, cruel ternura
del paso por el patíbulo del vestidor,
cuarto, noche dentro, interior
como claqueta de película,
señor Juez,
en los caminos secretos de la ciudad
donde no existe frotamiento
sin evidencia del amor sin evidencia
del paso del amor por el gatillo
ni rastro de sangre
ni taza con labial recién cortada,
flores criminales con expresión de culpa,
(las muy perras)
muecas sin asombro,
sin sombra de asombro, sin punto evidente,
no hay amor sin evidencia
no hay amor
no hay
no
que porque el cajón se vacíe
no va su madre de vacaciones
con el cuento de la hermosura,
de mandar a la madre, así, de manera
que le fuera más sencillo,
que tuviera el frente del hogar despejado
en la mala hora de la carta, anónima
como conviene en estos casos,
fresca la tinta,
pulpo de ayer
y los cuchillos en el panal de madera,
justo dentro, señor Juez, de la cocina,
porque es la costumbre óptima en las casas decentes,
sabe usted,
menos el carnicero
que no hallamos por ningún lado,
al hombre tampoco de la mala hora,
dio señales equívocas, sin embargo contundentes:
salir de noche en bicicleta,
no atender propiamente, señor Juez,
cuando se le hablaba,
sentirse interrumpido incluso a solas,
venir a llamarse Raya,
como animal de circo
y no tener vergüenza para venir a leer sus cosas
frente al jurado,
señor Juez,
pecador hasta la sombra le digo,
hasta la sombra de mala hora llena de sombra,
y el cuello de la amante sigue degollado,
lo apunta culpable como una flecha en 14 de febrero,
(es un decir, señor Juez)
hilo conductor hilito de sangre seca,
la madre, ay,
que vuelve bronceada de la costa,
el padre que no hizo nunca mal a nadie,
pero esta noche larga, luminosa,
jarra de leche derramada sobre el universo,
árbol de agujas para la noche del burlón rampante,
del suicida, de perderse en lo insondable de sí
por culpa del no, del no malsano de la amante,
se lo habrán buscado aquí entre nos, señor Juez,
lo merecieran.
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miércoles, 12 de noviembre de 2008
martes, 11 de noviembre de 2008
Poesía y más poesía
Invitación para los 3 lectores de este blog que vivan en el DF y a los que anden por estos lares el miércoles 12 y jueves 13 del corriente, para que caigan a Donceles 66, en el Centro Histórico a este superlativo maratón de poesía con motivo del Día Internacional del Libro y de paso, para homenajear al poeta José Emilio Pacheco. El borlote empieza a las 14:00 (¿:30?) del miércoles y terminará alrededor de la medianoche del jueves. A su segura servilleta le toca leer por ahí de las 14:40 del jueves. Poesía para aventar parriba, pues.
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Fuentes Unplugged
Ahí donde se han presentado luminarias de la talla de Luis Miguel, el Potrillo Fernández y Alejandra Guzmán, el gigante de Reforma, el Auditorio Nacional, nuestro no menos gigante clásico octogenario, Carlos Fuentes, nos hablará de aquello que más adora: él mismo.
Negarle importancia a Fuentes en la literatura mexicana sería injusto y mentiroso. Ensalzarlo como si fuera "el" escritor, me parece excesivo. Y es que reunírse para hablar de libros es necesariamente una celebración, pero cuando se trata de él (o de sus compañeros boomescos, Vargas Llosa o García Marketing) la cosa se desproporciona y ningún elogio es suficiente --¿alguien "leyó" la última Nexos?
Hablo no tanto desde la indignación como desde el extrañamiento: ¿este fuentismo es bueno o malo? ¿Aporta todo este aparato deificador a la mejor lectura de una obra ciertamente importante? ¿O debemos decir, con mirada sospechosa y amarranavajas incluída, que todo esto forma parte de ese otro boom con que su casa editorial, Alfaguara, estrena la novísima novela de Fuentes?
Lo acepto: soy morboso, si veo sangre me detengo a ver de dónde viene. Así que estaré puntualito el próximo lunes a las 7 en el Auditorio Nacional para ver el Fuentes Live, Life and Love.
Yo borrowed la imagen de la página de Roberto Borrow, magnífico cartonista argentino.
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lunes, 10 de noviembre de 2008
Club Indusstrial
La antología "Club Indusstrial" ya está en línea. Nomás píquenle ahí y sean felices.
jueves, 6 de noviembre de 2008
La tragedia del ahora
Sin buscarlo, pero no fortuitamente, encontré el número 86 de Vuelta (Enero, 1984) Sin buscarlo porque no me propuse encontrarlo; tampoco fortuitamente porque no pude sino encontrarlo, lo que es decir, no pude evitar una cierta forma de destino, cierta forma de cumplimiento, hallándola.
Acaso lo que experimentamos al leer cualquiera de esos textos irremplazables en que asistimos al encuentro de nosotros mismos, no sea sino la constatación de que hemos coincidido brevemente con nuestro destino, la evidencia de la suprema (que no necesariamente divina) indeterminación de las cosas. Y la prueba de lo irremediable de esta clase de encuentros es que se producen sin buscarlos, pero no parecen venidos sin más del azar: no pudieron haber sido de otra manera: ocurrieron así. En aquel número fue incluido un relato corto de Jean-Marie Gustave le Clézio (Niza, 1940) y premio Nobel de Literatura 2008. Esta fama reciente de le Clézio (de quien confieso no haber escuchado sino hasta hace poco –así como antes no había sabido ni de la adorable Doris Lessing, ni de Pamuk, ni de la insufrible Jelinek, aunque sí de Pinter, por lo que me alegré mucho de verle entrar en su silla de ruedas al Olimpo…) fue determinante para que decidiera (¿alguien decide algo en realidad?) comprar este número de Vuelta y no otro. Porque si algo tiene de bueno el Nobel es provocar la atención, y en ocasiones, la lectura voraz del homenajeado, así como reediciones y traducciones exprés, en fin, discusiones, teorías conspiradoras, el asunto de la justicia; amén a estas consecuencias, en audaces ocasiones, incluso le otorgan el premio a buenos escritores.
Los relatos de mar y piratas no han sido determinantes en mis lecturas. He disfrutado a Conrad, y el Moby Dick de Melville fijó algo definitivo en mi carácter. “Diario de un buscador de oro” de J. M. G. le Clézio es el relato en cuestión, y agente de mi fascinación absoluta.
Muchas vertientes convergen en el relato del buscador: el mito familiar (“Vine a Comala…”), esa reconstrucción, esa indagatoria que acaso sea la más importante que puede hacer un hombre; el mito “estructural”: el abuelo le Clézio-Jasón buscando el tesoro del pirata en ínsulas remotas donde el viento en vez de ir, vuelve; y la búsqueda personal: claro, todo viaje es viaje hacia uno mismo, así como todo sueño, todo indicio de tesoro y mapa o cofre enterrado nos pone en la ruta de nosotros mismos.
“Destino” es una palabra peligrosa. En este, mi tiempo, equivale a consentir una derrota, a sabernos derrotados por la fatalidad; fatalidad que un tiempo progresista, post-positivista, no puede permitirse: hay que planear. Un tiempo de indeterminación histórica (el posmodernismo que pareciera ser la compilación misma de intentos por definirlo) sólo puede producir una visión de mundo indeterminada, donde lo indeterminado es lo real; donde, sí, todo es posible, pero la posibilidad se atenúa en esa fijeza de lo indeterminado, de lo que no tiene forma, al no tener el hombre ningún horizonte frente a sí, no otro que el de la pura sobrevivencia. Parece que no avanzamos mucho desde el homo-erectus, asolador de la tierra infinita; debemos aprender a relativizar los logros, ¿qué estamos ganando realmente? Seguimos siendo la bastardía de los dioses, después (literalmente) de todo.
Como en todos los relatos maravillosos (además de una princesa), en el de le Clézio importa más la manera en que está contado que la misma materia narrativa; y como en todos los relatos maravillosos, una y otra son indiscernibles. Alternando con el personaje Jean-Marie sobre las islas volcánicas del Índico, el abuelo le Clézio, otrora flamante abogado mauritano (sumergido en un mar de deudas, expulsado junto a su familia de la casa donde nació), por el hallazgo de una carta (hallazgo que debemos imaginar fortuito) donde un sobreviviente de cierto navío pirata consigna la ubicación de un magnífico tesoro (único calificativo que admiten los tesoros que vale la pena buscar) se hace a la mar infinita, poblada de peligros y espejos, en una desangelada, pero no menos esperanzante, Argos-comercial. Sus andanzas de geómetra lo llevan a trazar puntos imaginarios sobre una extensión más bien modesta de terreno, donde según el mapa, habría de hallarse el tesoro enterrado; su mayor hallazgo en días será un cangrejo. Las relaciones de su trazado (líneas imaginarias, andamios invisibles y abstractos como números, tensión que da sentido a las constelaciones) son el laberinto donde se pierde treinta años. Pero debemos saber que estar perdidos es un decir, porque nadie se pierde si no sabe precisamente a dónde va.
El abuelo le Clézio-Jasón sabe que hay líneas del mundo que llevan a tesoros, y que la línea que lo ocupa es sólo una entre muchas posibles; pero más importante que esto, sabe que lo que debe hacer es buscar la coincidencia de su línea terrestre con la otra línea, áurea del tesoro. Debe buscar la coincidencia del tesoro con su posibilidad de hallarlo; pero apenas tiene traza de su ubicación, un ramillete de suposiciones: cierta inclinación de pedruscos, la posición relativa de un tamarindo con la estrella polaris, rocas, indicios, con suerte, dejados por el pirata. Pero la suerte no tiene nada que ver con hallar un tesoro. Uno coincide con la línea del tesoro o no (¿el tache de los mapas de caricatura sería la intersección metafísica de la que intento hablar?) Si se da la coincidencia, la sincronía, le Clézio-Jasón pagará sus deudas, recuperará su casa, será un hombre rico y acaso feliz; si no, su nieto Jean-Marie reunirá sus papeles y le seguirá la pista por geografías reales e imaginarias, a través del tiempo, se reconocerá y se hallará el mismo y otro; escribirá un gran relato.
En mis días, la función de los dioses parece más invisible que nunca. Nuestra relación con ellos no es ya incluso la de dudarlos, esa forma desesperada de la esperanza. Es de absoluta indiferencia; la negación de toda posibilidad en un mundo donde, alternativamente, todo y nada son formas abiertas de posibilidad. Pero todos nuestros actos nos están destinados; no de una manera predeterminada, “desde el principio de los tiempos”, sino al revés, desde el ahora que áridamente se vuelve pasado y nunca. O siempre. Los absolutos se relativizan en sus contrarios a través del acto humano, tentación a la suerte, reincidencia, elección; destino es construcción, pero cuesta pensar que se construye destino con el acto de aquí, con este movimiento, con estas palabras. El presente es trágico por irremediable. Buscamos evadirnos por las ramas de lo posible, pero estamos condenados al aquí permanente, al ahora que es lo cierto. Somos héroes.
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martes, 4 de noviembre de 2008
La vida y la letra, 4
,
El gorrión colgado de Gombrowicz. Parte 2 de 2
(Los anacronismos en fechas y eventos obedecen a mi incompetencia para infundir mis deseos en máquinas)
, Dejando atrás las cuerdas, ¿tiene un destino alguien que sólo vino al mundo a leer? Leer, ¿no? ¿Y qué leerá, en todo caso? En esa pregunta transcurre lo que llamamos vida.
, Blanchot: "No escribimos según lo que somos; somos según aquello que escribimos." Pero la escritura no me parece sino la contraparte, el reverso de una deuda asumida en el momento en que una lectura nos ha tocado. Es un intento de "pagar" esa deuda.
, ¿Será muy forzado decir que el movimiento de lectura es devastador porque nos da una intuición de lo que somos; y el movimiento de escritura pone a prueba esa intuición por nuestros propios medios? Escribir es escribirnos.
, Escribir es definitivo y personal. Leer es más complejo: en sentido amplio, no dejamos nunca de leer. De otro modo: la realidad es la forma que toma la experiencia a través de nuestra interpretación. Interpretar: leer.
, Leer literatura es la experiencia más absoluta; ninguna más irreductible. Llega a ser sucedánea de la vida: pregúntenle a Emily Dickinson.
, La lectura excede lo personal. Escribir (es decir, leer el mundo según nosotros) es circunscribir la ralidad a una visión de mundo con mayor o menor fortuna. Pero en la configuración de esta, en ocasiones frágil, visión de mundo, inciden necesariamente nuestras lecturas --hablo de literatura y hablo de experiencia vital.
, No creo que estemos determinados solamente a escribir según los libros que leemos. De lo contrario bastaría leer sólo los libros "buenos" para ser "buenos" escritores. Se trata también de la profundidad con la que se lee (me parece que no tanto de amplitud) e incluso de hacer una mala lectura, como dice Bloom. Pero ya de entrada, definir un libro "bueno" para leer es imposible: el Quijote es aburridísimo en la secundaria, pero con el paso del tiempo se disfruta enormemente; "Aura" de Carlos Fuentes parecía un buen libro antes, ahora es evidente que es un mal cuento de fantasmas, un "Pedro Páramo" abortado. En cambio "El hipogeo secreto" o "El grafógrafo" son libros que, al no entregar sus sentidos tan fácilmente, requieren un esfuerzo extra por parte del lector; esos libros me interesan, pero no están separados en una sección de ninguna librería.
, Más bien se trata de la conformación de una tradición personal de lectura. Es absurdo hablar de una "literatura nacional", a menos que sea para referirse a un programa de gobierno para impulsar la lectura o algo así. ¿En qué literatura nacional colocar a Borges, escritor argentino que pensaba (y acaso soñaba) en inglés medieval? ¿Baudelaire? No niego que existan nfluencias compartidas entre coterráneos, o entre gente de la misma edad; pero una tradición trascendente sólo puede ser personal, pues ha sido aquella que ha inaugurado la deuda de lectura de la que parte el trabajo escritural. Tal vez hablar de una tradición "occidental", "clásica", "hispanoamericana" o whatever, no sea sino hablar de experiencias de lectura que han influido notablemente en una geografía que es una comunidad de sentido. Así Darío a principios de siglo, y Vallejo para los que vinieron después. Etcétera. No sé cómo se forme una tradición, pero sé que no es una lista fija de escritores que te dan junto a tu credencial de elector. No sería aquella a la que uno volvería naturalmente, no siempre. Lo que me interesa es la deuda.
, ¿En qué términos, si acaso, la deuda de lectura con nuestra tradición personal puede ser saldada? Lo que recibimos (porque recibimos) de una página maravillosa de Proust (vale, de cualquier página de Proust), el asombro de Martínez Rivas o Raúl Zurita, eso que impunemente llamamos "poesía" aunque esté novelado, es un sentimiento avasallador (en sentido medieval --que lo vuelve a uno vasallo) de deuda, gratitud desmedida por el trabajo del Otro.
, Hace unos días tuve la fortuna de asistir a la presentación de las obras completas del poeta Ernesto Cardenal, editadas por la Universidad Veracruzana. Tengo para mí que soy un decepcionado de los modos de Religión y Revolución --ese sucedáneo raro de lo religioso, con sus santos oradores, sus libros sagrados de utopía, sus mártires... Sin embargo, la raigambre de estas fuentes en la obra de Cardenal me llega dentro de su trabajo como constituyente de la gratitud plena, del respeto que tengo por su poesía, más allá de los aspectos "mundanos", propiamente, del mundo.
, Escribir es dar gracias. Aunque como dice Zurita, recibamos un escupo a cambio en la boca abierta.
, El que agradece no espera ser agradecido. Hay un asunto de humildad en todo esto. Pero no seré yo quien predique humildad. Estoy a años luz de aprender a aprender, correctamente. Lo que puedo hacer es decir que se aprende también a recibir. Hay una cuestión ética acá: el poema (sí, aunque paguemos por el objeto-libro) es una donación siempre. Aunque paguemos por el libro, cosa harto ajena a leerlo, la donación de su sentido se da como correspondencia a la intencionalidad del lector. Un mal lector es el que busca encontrar lo que quiere encontrar en un libro y al no encontrarlo se frustra y odia la literatura. Nuestro sistema educativo tiene todo que ver. Pero al hablar de intencionalidad del lector me refiero a una intención de ser sorprendido por el sentido, de hacer un ejercicio absoluto de imaginación y voluntad dentro de la obra misma. Leer es usar la imaginación, aunque se escuche como slogan de un club de lectura. O como ese otro lugar común: leer es crear. Las palabras ahí están, pero nosotros las despertamos para nosotros, y las asociamos con nuestros referentes y obsesiones; ahí leemos. Entonces, ese descubrimiento de sentidos motivado por nuestra intencionalidad es donación del libro; vamos, un libro "malo" no deja de ser malo aunque lo leamos con toda la intencionalidad del mundo. Pero ¿no pareciera que nos sentimos correspondidos en nuestro esfuerzo, al encontrar sentidos, o al pensar en nuestra perplejidad ante textos que no los otorgan tan fácilmente (pienso en Lezama), como una especie de reflejo del texto mismo? ¿No tiene que adoptar un poco nuestra voluntad la forma del texto leído, y en esa transformación, hallar que el libro había estado dentro de nosotros todo el tiempo? A eso quiero llamar reconocimiento o reflejo, aunque temo estar haciendo una caracterización demasiado vaga.
, El libro nos da una "pauta" para interpretar, es decir, imaginar. En la medida en que nuestra imaginación se apega a la pauta y corremos más fácilmente por el sentido de la obra (o el sinsentido), parece que nos hiciéramos parte del texto; más bien, que reconociéramos que hemos armado las imágenes, las sugerencias textuales, que las hemos reconfigurado dentro de nosotros y que sólo entonces reconocemos el sentido, nos volvemos sentido y reflejo de la obra. Hemos trabajado (nada más erróneo que leer sea un acto pasivo) y hemos visto la obra reflejada en nuestra imaginación. Pero la imaginación es una propiedad subjetiva, que ocurre como sensaciones. La imaginación es intraducible; no tendría sentido reducirla a fórmulas. Sobre todo ocurre: la imaginación existe como duración, no como propiedad abstracta (¿podría ser válido esto para todas las operaciones mentales?) Pero está que esa inversión de esfuerzo parece ser compensada por la sensación de placer del descubrimiento, o la invención del sentido.
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