domingo, 22 de enero de 2012

Alegato contra la voz

1.

Tenemos, cada uno de nosotros, dos presencias: una, evidente, este cuerpo; otra, más sutil, la de la voz. Podemos grabarla, perderla, educarla, hacer que copie sonidos, pero la voz es un animal salvaje que manifiesta algo ajeno a nosotros. Algunos tratan de domesticarla: le enseñan trucos, la hacen saltar por aros de fuego, alcanzar el preciado do de pecho; gentil como un gato de la selva, de pronto se vuelve grito y somos apenas una fuente, un accidente natural como un volcán. El tigre blanco muerde al entrenador frente a la comitiva de las Vegas, y no se limpia las manchas de sangre de los belfos. La voz puede amaestrarse, pero no domesticarse.

2.

Como bien saben los cantantes, el cuerpo es una caja de resonancia; en cierto sentido, el cuerpo es el eco de la voz, además de su pilar. Una evidencia de que la voz no está supeditada al cuerpo podría ser que crecen, voz y cuerpo, a intervalos diferentes: una voz joven y melodiosa puede emerger de un cuerpo enfermo y castigado, mientras que una voz muerta --casi un ruido sordo, se diría-- puede venir de un cuerpo hermoso, pero, como dice el vox populi, que se ve mejor callado. Claro, el cuerpo impregna a la voz de ciertos estados, pero al ver la fotografía de alguien raramente podemos darnos una idea de su tono, timbre o coloratura de voz. No es raro sentir que las voces de las personas no corresponden en general a su fisionomía.

3.
Dos experiencias me han mostrado que la voz no sólo es un atributo sobrevalorado y utilizado con poca pericia, sino que a veces es del todo innecesaria: 

Tuve la oportunidad de asistir a una obra de la compañía teatral Seña y Verbo, integrada por actores sordomudos. Presentaban un compendio de la historia de México; sus cuerpos, de más está decirlo, hablaban. Pensé en el conocido dictum de Huidobro para los poetas: “No cantes la rosa, hazla florecer en el poema”. Estas palabras, cosa rara, adquirían pleno sentido precisamente en ausencia de palabras; y sobre todo, de voz. Las manos dúctiles de los actores tomaban las formas más inesperadas: armas, monumentos, espacios, campos, explosiones, sangre. Los ojos tenían una plasticidad y una transparencia que reflejaba y proyectaba las intenciones del cuerpo: se dice que los ojos son espejos del alma, pero pocas veces se dice que son también su amplificador. Cabe decir que, fieles a una dramaturgia grotoskiana, el escenario estaba habitado solamente por las tres presencias de los actores, y no utilizaron escenografía ni utilería casi. Si no necesitan voz --que en el escenario valdría por la representación utilitaria de sentimientos a través del parlamento--, me dije, mucho menos decorados figurativos --que en el escenario valdrían por la representación del mundo, contra la que el Teatro Pobre se impuso. Como en la danza contemporánea, por ejemplo, lo que está en juego es una escritura basada en el cuerpo; o mejor: una escritura escrita por el cuerpo. Objeto de escritura y producto de la escritura.

4.
La segunda experiencia que muestra la poca si no nula utilidad de la voz, me la contó una profesora que tuve en la facultad de Letras. Maestra en lingüística con doctorado en semántica, docente, investigadora y portadora de todos los títulos que la castración simbólica impone sobre el sujeto académico como los frutos de un árbol muy cargad, o las evidencias de una mente abocada a las ciencias del lenguaje, esta querida mujer decidió un buen día asistir a un retiro Vipassana. Esta es una antigua técnica de meditación basada en la auto-observación. Durante 10 días se vio virtualmente encerrada en la naturaleza, como sugería Fichte a los jóvenes idealistas en el xix, junto a un grupo mixto de unas 15 personas. En ese tiempo, el practicante de Vipassana debe adscribir una sólida disciplina basada en el silencio: un voto que arranca la voz como estructurador de deseos, que la suprime de un sólo golpe. 

Este silencio no implica, por decirlo así, solamente el “no uso” de la voz, sino el silencio de todos los lazos que lo unen al mundo: celulares, laptops, iPods, incluso libretas o libros y todas las prótesis que impidan al practicante observarse de cerca deben dejarse en la “civilización”. Su relato al volver fue asombroso y terrible. En absoluto silencio durante las largas horas de meditación, durante las tareas comúnes --cocinar, lavar la ropa, etc.-- y durante los pocos espacios de ocio, el pequeño grupo de desconocidos conformó una pequeña aventura digna de un drama shakespereano: intrigas, negociaciones, grupos de poder, incluso romances rotos y recuperados y todo sin la intervención de una sola palabra. Cierta pareja resolvió incluso divorciarse (se me ocurre que, sin voz, no podían sostener el relato fantasmal de su relación). Por su parte, la doctora se enfrentó a una decisión brutal: ¿cómo practicar la docencia y la investigación de los códigos del lenguaje articulado si enfrentó por sí misma la ineficacia misma del lenguaje, o la victoria del silencio sobre la comunicación? "El lenguaje no sirve para nada", nos dijo. Estas consideraciones, vale decirlo, la atormentan aún hoy en día.

5.

Un viejo dicho árabe dice "si no puedes decir nada más bello que el silencio, calla." ¿Pero cómo poder sostener esta prerrogativa moral frente a un mundo de ocupaciones, de intercambios inanes que dan la sensación de comunidad, de producción vocal sin fin del ego para hacerse notar frente a los otros? Cómo, pues, cuando una importancia tan grande se le atribuya a la "sociabilidad", al "verbo", que en jerga popular de México indica el parlamento de la conquista amorosa: su contenido no importa, pero su eficacia lo es todo. Desde una posición cínica, podríamos afirmar que el hombre ejerce este "verbo" para dar a la mujer la ilusión de comunicación, de intimidad. Ella sabe que él no es el príncipe azul, pero se comportará como si lo fuera de acuerdo a la eficacia del "verbo". Ella quiere creer, y también él, a su modo, en lo que se dicen mutuamente.

Paradójicamente, cuando uno es tímido casi a niveles patológicos, como es mi caso, se tiende a llenar el diálogo de discurso, a desviarlo, a explorar nuevas aristas de cosas sin importancia. "Salir" con alguien, en el sentido de preparar un terreno neutral para que dos personas se conozcan y evalúen mutuamente como posibles compañeros de celda, digo, de relación, en lo que respecta a la voz, obedece a la misma lógica de las campañas políticas: el candidato usará su voz para persuadir, convencer, desvirtuar al enemigo --la figura problemática de los ex--, así como para encomiar y atraer hacia sí al otro. La voz es también el dispositivo de la promesa: a través de ella se articula el futuro, todo lo que no es. La voz siempre pertenece al pasado o al futuro, nunca al presente.

6.

La palabra poética, sin embargo, al no perseguir un objetivo cuya eficacia se mida por su eficacia comunicativa, hace uso de la voz de una manera muy distinta. La risa, como sabía Bergson, sigue los mismos mecanismos que lo poético para estructurarse: es una respuesta involuntaria que indica aceptación, y que distorsiona la voz para habitar el espacio de la recepción del sentido. Somos parte del sentido, por eso reímos.

Hoy asistí a una intervención poético performática en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Fue convocada por Victor Ibarra Calavera (cuyo libro RQIEM es uno de los objetos literarios más provocadores que se hayan visto) y sus secuaces, ínclitos situacionistas de la escena chilanga. De camino encontré a Carlos Atl, cuya voz sobre un escenario merecería un post aparte. Caminábamos y hablábamos y llegamos a la plaza, tomada ya por un altar de libros, decenas de ellos, formando un medio círculo en el suelo. Unos gritaban en un megáfono roto, otros tocaban notas al azar en un saxofón, una guitarra, un bajo. Un chico gritaba cosas ininteligibles a través de un largo altavoz de cartulina (y cuando digo "largo" piensen en algo de más de dos metros de largo que se ve a la distancia.) 

Aquello era un carnaval situacionista. Atl dejó de caminar conmigo y se integró naturalmente al ritmo de la escena: roció agua sobre un libro que se quemaba y comenzó a gritar, a saltar, a bailar. Asumí la peligrosa posición de espectador y vi un celular caer del cielo y destrozarse, un libro quemándose, un chico siendo atado con cinca adhesiva, máscaras de José Emilio Pacheco en los rostros de los niños, gritos desaforados en una bocina portátil y mímicas de orangutanes. Además, una suerte de performance duracional que consistía en seguir a un incauto transeunte con un megáfono mientras se emiten ruidos guturales a pocos centímetros de su cabeza, luego a otro, luego a otro. Esta vez nadie salió lastimado. No siempre ha sido así.

Carnavalización caníbal, fiesta peligrosa que convirtió en escenario el espacio público, apuesta por la negación de la literatura y la tradición, la creación de una atmósfera subversiva por cualesquiera medios al alcance exceptuando la palabra. Fue un domingo cualquiera. 

Una fiesta en general depende poco de la palabra y mucho de la risa, en lo que tiene ese gesto de reconocimiento del otro. Pero el espacio de convención de la fiesta está limitado por un bar, una sala, un lugar propicio para su tener lugar. Pienso en la coreografía de una fiesta "normal": bebemos, bailamos (bueno, algunos fracasamos miserablemente en el intento, pero hay mujeres que son como esos yogis que comunican conceptos bailando, cifrando un lenguaje a través del cuerpo), hablamos (frente a atronadoras bocinas, cuántas veces), discutimos, abrazamos, reímos. Es decir, hacemos lo que se supone que se debe de hacer en una fiesta. ¿Pero qué pasa cuando el lugar de la fiesta es la acción? Acciones como la de Tlatelolco de hoy crean su lugar mediante la acción, y toda acción en este contexto es pertinente. Aunque no soy muy adepto a ninguno de los dos tipos de fiestas descritos, debo confesar que esta ruptura de convenciones me llega a veces como aire fresco. 

Me quedé cosa de una media hora, durante la cuál el ritmo de las acciones no disminuyó en intensidad. A manera de despedida, tomé un libro, arranqué hojas y me las metí en la boca, escupiéndolas a Calavera quien me guiaba con una risa loca a través del espacio.

La voz no es sólo palabras, y las palabras no necesariamente comunican. Ya lo decía Nicanor Parra: me doy a entender a estornudos.

Las palabras invisibles también son palabras.

lunes, 16 de enero de 2012

"No es tan grave": una indignación espontánea

Recuerdo que el primer Acontecimiento --en el sentido de Badiou-- político que prescencié con plena conciencia fue el asesinato de Colosio en 1994; orbitaron por esos días los del cardenal Posadas Ocampo y el de José Francisco Ruíz Massieu. La dimensión política --o su reverso siniestro, la post-política neoliberal-- siempre ha estado teñido para mí de un dejo sangriento desde un punto de vista subjetivo. La Historia muestra que no es así solamente en términos de recepción espontánea: se dice que la Historia es el relato de los vencedores, pero sean vencidos o vencedores los taquimecanógrafos de este relato, escrito siempre impromptu, escriben un relato de sangre, de la traducción del cuerpo subjetivo y contingente en argumento descarnado, en carne vuelta argumento. En sangre, pues.

Este fin de semana me impactó, como a mis amigos y conocidos en las redes sociales, el caso de los indígenas tarahumaras de la sierra de Chihuahua. Y como a ellos mismos, me impactaron aún más las posteriores declaraciones --impromptu, ya se ve, pero conservando el pragmatismo propio de la administración del discurso como reacción frente a una situación social-- del gobernador del estado, César Duarte, quien afirma que la situación "no es tan grave."

Es cierto: en la lógica de este simulacro de democracia neoliberal que vive México, la lógica del número, del mucho, de la mayoría, de la masa, el posible suicidio de 50 indígenas de una comunidad que en el último censo del 2005 contaba con más de 120,000 habitantes no es ciertamente relevante en términos estadísticos: hablamos, si los números no me fallan, de un suicidio del 0.0416% de la etnia. En el 2009, según el INEGI, se cometieron 5,190 suicidios en el país. Si tomamos esa cifra como referente, los 50 tarahumaras representarían un 0.97% del total de suicidios, cifra bajísima. Digamos, con el gobernador Duarte, que la reacción de las redes sociales fueron desproporcionadas: ¿suicidio masivo? El mote le queda grande. Después de todo, en un estado como Chihuahua con más de 3 millones 400 mil habitantes (de los cuáles los 50 indígenas tarahumaras conformarían apenas el 0.0014706% de la población), 50 personas se advierten de un sólo golpe de vista. Y se desadvierten también.

En la lógica del número, como es de esperarse, estas 50 personas (¿deberemos llamarlos "personas"?, ¿no "indígenas"?, ¿no "tarahumaras"?, ¿no, endonómicamente, "rarámuris"?, ¿habrá que convocar una nueva Junta de Valladolid para discutir si "ellos" tienen alma del todo, doctor De Las Casas?), dentro de la población que México registró en el último censo, más de 112 millones de habitantes, las 50 personas que cometieron suicidio por hambre (pero esto también es especulación y "mala leche" a decir del gobernador Duarte) despunta en una cifra risible para cualquier gestor de estadísticas: 0.0000446%. En efecto, no es tan grave. Es mucho más grave de lo que Duarte o la gente que protesta activamente en las redes sociales supone.

Una frase de Iosif Stalin puede resumir perfectamente una situación de emergencia como la que se vive en la sierra de Chihuahua y en muchos municipios del país, también, desde la lógica del número: "La muerte de un hombre es una tragedia; la de millones es estadística."

Una condena de este tipo, apenas retórica en un blog con tres lectores, sería condenada a su vez por la administración estatal (a la federal esas cosas no llegan), si acaso, como otro acto de "mala leche", "reaccionario", o simplemente aprovechando el fueguito del instante para poner los dos centavos de alguien a respecto de un tema, en la feliz fórmula que los gringos utilizan para referirse a una opinión sin verdadera representatividad democrática, un exabrupto subjetivo espontáneo. Pero uno no puede evadir el riesgo de tomar alguna posición. Es todo lo que trato, acaso fallidamente, de hacer aquí: dar forma a una indignación empírica, personal, contingente, con el absurdo que el acto mismo supone dentro de la máquina opinionista de Internet. Este post no es un acto político, sino su simulacro.

Sin embargo, con todo lo que respeto el gesto de la gente que está donando víveres para los indígenas tarahumaras (una de cuyas organizaciones, entre otras, puede encontrarse aquí), creo que este gesto de desplazar la función del Estado asistencial/caudillista (es decir, asumir la figura simbólica del caudillo como pseudo-identidad de clase) es hacer el trabajo del gobierno. Esa es mi respuesta subjetiva a la tragedia: pienso que la sociedad civil está jugando el juego solapador y en cierto modo, cómplice, del gobierno. Sería, eso sí, una tragedia, una gravísima, que el único camino político en el futuro para la sociedad civil (y concretamente para la clase media) fuera asumir las funciones de un otro-Estado de facto. El relato sería: "Frente al panorama de un Estado fallido, la sociedad organizada desplaza al gobierno en la repartición equitativa de los bienes."

Un caso como el de los 50 indígenas tarahumaras que se arrojaron de un barranco o se colgaron ante la incapacidad de proveer a sus familias de alimento "no es tan grave", porque el Estado neoliberal, administrativo, pragmático, contempla en sus programas cosas tan infames como el concepto de "daños colaterales".

El cuerpo, el lugar donde se negocia el dolor o la protección, no cuenta en este momento con representación política visible, otra que no sea la cifra. Y las cifras estadísticamente irrelevantes, como vemos, no son nunca -¿cómo podrían serlo?- tan graves. Los 50 indígenas y los 50,000 muertos en la, por así llamarla, "guerra contra el narco" (una venganza simbólica en la apropiación de la administración de la vida, una película de cowboys de la que todos somos cómplices, una cruzada moral del ala más fundamentalista del PAN que invistió a un administrador de poca monta con el Falo de una presidencia, y que, para que tal Falo tuviera eficacia, tuvo que buscar un enemigo a su -escasa- altura: pensaba pelear contra un León de Nemea cuando se enfrentaba realmente a la Hidra), entran en el aparato conceptual del Estado bajo la misma carpeta de "daños colaterales" para la consecución de un bien mayor: siempre intangible, siempre promisorio, siempre postergado.

Este descargo que escribo es sólo eso, la estructuración de la indignación. No estoy capacitado para el comentario político, para el análisis estructural de la violencia, y mucho menos para la propuesta de soluciones especializadas para el país. Vaya, no estoy capacitado ni siquiera para operar una lavadora. Yo tengo un trabajo, unos pocos pero importantes afectos y cantidades obscenas de literatura que leer. No suelo escribir de estos temas. Pero estoy cansado de que la indignación sea la única herramienta histérica de la sociedad para reconocerse a sí misma frente al contraste que presenta el horror. Quiero hacer algo más con eso. Pero, como se dice, me sale espuma.

Si fuera un comentarista político profesional --no un interlocutor del gobierno, sino su narrador, como la gente de los programas de análisis político--, probablemente podría dar una suerte de esperanza así fuera provisoria para el auditorio ilustrado y liberal: esperemos que el programa federal de DICONSA se implemente ante la urgencia de la sequía; que la declaración del gobernador Duarte sea superada sólo por el siguiente acto de insensibilidad política de algún otro miembro de la administración pública; que votemos y que el siguiente presidente sea menos imbécil y tal vez más caudillo, o menos caudillo y más persona. Pero no tengo idea cómo hay gente que tiene las bolas para mentirle a la cara a la gente en cadena nacional.

Mi modesta esperanza es que el ciclo de la violencia termine su ciclo, como en Colombia. Y que tal vez el Estado deje de considerar el hambre como una condición de cierto sector desprotegido de la sociedad y comience a procesarla como lo que es: un crimen.

Hasta nuevo aviso uno sólo puede informarse, indignarse, votar, y seguirse indignando. Creo que mi muy secundario papel es apenas dejar un texto para esa infinita historia de la infamia que es este país. Un texto que sea el más olvidado de todos, que aparezca en la doceava o treceava página de Google en el futuro. Apenas un descargo, con toda seguridad para mí mismo, para poder atisbar que no soy un número en la estadística, que como puedo soy una persona y que me indigna personalmente el hecho de que 50 personas hayan muerto de hambre. Y también descargo de complicidad: tuvieron que ser cincuenta y no una sola, lo cuál, ya en sí mismo, sería demasiado.

jueves, 12 de enero de 2012

Caballos

a Andrea Portal
Un caballo me pide Andrea. 
Pero yo no sé de caballos, sé
de Patti Smith cantando Horses, de los Wild
Horses 

de los Stones.
Entonces le escribo a Andrea 

no sobre caballos
sino a caballo: le escribo a Andrea 

un caballo
mientras Johnny tiene la sensación 

de estar
rodeado de caballos 

(caballos, caballos, etc.);
le escribo a Andrea un caballo 

a caballo
de una canción, montado 

en la canción
de Patti Smith, montado 

en el ritmo
de la canción de Patti Smith, un caballo 

punk,
un caballo 

riendogritandocantando,
un caballo de diez patas  el Sleipnir
del padre Odín,

el caballo fantasma veloz

de Leonardo, o
un caballo a dos manos
sobre la pista de carreras
del teclado memorizado,
ciertamente galope,
golpe y galope, 

golpe y galope
y ritmo, 
no te caigas del caballo, 

me digo,
que no le quieres regalar a Andrea
un caballo ni rengo ni taimado
ni demasiado salvaje que la tire,
ni un caballo con las patas rotas
sino un caballo que sepa ser caballo
decentemente,
un caballo que cabalgue su nombre de caballo,
un caballo que, por lo menos, caballe,
caballo que caballe, por ejemplo, 

en Troya
como sin querer, un caballo

irremediable
que baje la voz 

cuando la canción de Patti
Smith baje la voz,
un caballo que dure lo que Horses duró
la noche de 1976 cuando decidió
que Johnny estaba rodeado
por lo que parecían ser 
seis minutos y 20 segundos
según YouTube,

de caballos atroces,
un caballo que corra 

a lo largo de la hoja,
unos dedos que cabalgan,
unas manos que relinchan
unas manos que caballen palabras
lo que dura la pista
lo que dura la canción de Patti Smith
lo que dura la página
que se acabó.



lunes, 26 de diciembre de 2011

Caracol, 2

Contenido actual de mi mochila:

Flyer del Teatro del Árbol; paquete de Trident Extra Care (4 chicles); sobre aéreo para carta a Los Reyes Magos (sin usar); 1 sobre de té de manzanilla, Lagg's; calcomanía de Natural Dreadlocks; juego de 4 llaves en llavero de plástico; audífonos de iPod; lamina de Treda (4 pastillas); cartulina con el índice de Por los rasgos una Bayoneta, escrito por M.N.; lapicero Clean Point; boquilla para cigarros; tarjeta electrónica del Sistema de Transporte Colectivo (Metro) de la Ciudad de México; pasaporte de los Estados Unidos Mexicanos (vigente); pasaporte de Neverland (vigente); tubo de pasta Colgate Sensitive Pro-Alivio (30 g.); Labello FPS 30 (4.8 g.); juego de 4 llaves, llavero metálico de presión; pluma fuente Bic; pluma fuente Parker; lentes Ray Ban modelo 1973; cortador de puros de plástico; USB ninja (rojo); Zippo metálico; nota de lavandería por $178.00 del 26 de octubre del 2011; funda de tela para lentes; recibo de micas para lentes por $350.00 del 26 de octubre de 2011; ejemplar de revista La peste, núm. 1, dic/ene 2011-12; licorera de acero inoxidable con 5 oz. de vodka (Wyborowa); lapicero plástico Bic; arcanos mayores del Tarot de Marsella (clásico); arcanos mayores del Tarot Jodorowsky-Camoin; tela de algodón para tirar cartas; La locura que viene de las ninfas, de Roberto Calasso (ed. Sexto Piso); La comunidad que viene, de Giorgio Agamben (ed. Pre-Textos); Cómo leer a Lacan, de Slavoj Zizek (ed. Paidós); Axe "Excite" (113 g.); Old Spice "Fresh" (80 g.); cuaderno profesional 100 hojas (blancas) Wilson Jones, tapa roja, "2o Cuaderno del Fin del Mundo", (septiembre-diciembre 2011); cuaderno profesional 100 hojas (blancas) Wilson Jones, tapa roja, "1er Cuaderno de lo Irreparable", (diciembre 2011-?); Por los rasgos una bayoneta, Javier Raya (col. La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro); palestina amarilla; gorra conmemorativa de Metal Gear Solid HD Collection; dog-tag laminado conmemorativo de Battlefield 3 (anverso, título y fecha de lanzamiento -25 de oct. 2011-, reverso: DICE); $225.50 pesos mexicanos en monedas y billetes de diversa denominación; $0.5 centavos de dólar; paquete de miniseparadores adhesivos Office Max; boleto de Primea Plus del 24 de diciembre de 2011 a nombre de Juan Papini; juego de 3 llaves, llavero de colibrí; estuche para lentes (piel); cartera Wango (hecha a mano); 4 boletos de papel del Sistema de Transporte Colectivo (Metro) de la Ciudad de México; tarjeta VISA, HSBC; tarjeta electrónica del Metrobús de la Ciudad de México; tarjeta de Ferrocarriles Suburbanos; tarjeta VISA, BBVA Bancomer; tarjeta del artista plástico Martel Souriau Eric; tarjeta de seguro médico Centauro; imagen de Jesús Malverde; calendario DHL, 2010; tarjeta de Taxis Sitio Pegasos; tarjeta de presentación del coordinador del Colectivo Poesía y Trayecto, Karloz Atl; tarjeta de la dibujante Andrea Alzati; licencia de conducir Tipo A emitida por la Secretaría de Seguridad Ciudadana del Estado de Querétaro (vigencia al 04 de diciembre de 2012); cable USB a mini USB, LG; sobre de té St. Dalfour "Pure Darjeeling" (2 g.)

sábado, 24 de diciembre de 2011

Noche de paz, de Enrique Lihn

Nieve artificial que caes y que no caes
en la caja de música de una navidad descompuesta
De una casa a otra no hay ni aún el espacio
que separa a las estrellas, hay la Ley de la Inexistencia.

No soy tu Papá Noel ni estás posando junto a mí
para la eternidad de una postal en familia
ni estamos menos separados que los vivos de los muertos.

La irrisoria noche de paz, la ridícula noche de amor
sigue endulzándose a medida que pasa
pero yo estoy metido en esta guerra
y si me apoyas no firmaré nunca la paz
tampoco esta noche que nos separa de un tajo
aunque parezca indolora, aunque parezca indolora.

viernes, 23 de diciembre de 2011

20 tesis contra la Iglesia y una oración desesperada

A manera de exordio

Este ejercicio comenzó hace algunos meses: Kin Navarro, buen amigo de la facultad, me pidió un ensayo "en contra" de la Iglesia Católica, el cuál sería publicado a la par de un ensayo suyo, escrito "a favor". El punto sería propiciar una especie de discusión a ciegas o un ejercicio retórico. Confieso que mi primera reacción fue el querer construir el alegato a favor de la Iglesia --for the lulz, claro, pero también porque para identificar a un "enemigo" lo mejor es conocerle de cerca. Sin embargo, aunque pudiera parecer sencillo hacer leña del árbol caído, argumentar contra uno de los poderes dominadores de Occidente, el cuál atraviesa una crisis de credibilidad acaso irreparable, se me presentó como un ejercicio en realidad difícil. Resonaba en mi cabeza Juan 8: "el que se halle libre de pecado que arroje la primera piedra." Consciente de mis (in)capacidades y acaso condicionado por el Super ego, decidí enviar a Kin este texto (una de cuyas versiones aparecerá próximamente en la revista Síncope), más como una invitación al pensamiento lúdico que como un desarrollo acabado de argumentos. Sirva este exordio perorático más como agradecimiento a Kin por el ejercicio que como verdadera justificación --se sabe que los textos buenos, si son tales, no requieren introducciones tan largas--; pero también para que el improbable lector ubique el sentido de los giros que apelan a un alegato que no está, el ensayo a favor de la Iglesia que sería publicado junto a este, en contra. Fin del miserere.

"No puedo resolver esta cuestión. Si todos deben sufrir para ayudar con su sufrimiento a la armonía eterna, ¿qué papel desempeñan los niños? No se comprende por qué deben sufrir ellos también en nombre de la armonía".
Dostoievski, Los hermanos Karamazov

1. He comenzado varias veces este ensayo y no me decido por ninguna versión. He intentado abordajes desde la epistemología y la ética sobre todo, espacios donde, creo, una forma de pensamiento laico puede dialogar en el terreno del pensamiento religioso. Pero el pensamiento religioso, para entenderse, requiere una inversión irrecuperable: la de la fe, donde toda discusión será simplemente una forma de acuerdo -no digamos tan pronto “complicidad”, pero por lo menos, sospecha. Inversión que será netamente pérdida; en el terreno de la lógica y la duda se entiende. 

El que no duda, puede sencillamente creer. Pero el ensayo, si es realmente ensayo, es una escritura en desbandada, un mapa lleno de correcciones, pero mapa al fin; y toda escritura, si es escritura, será la documentación de un proceso específico de pensamiento. No otra cosa me propongo. El territorio de lo que necesito escribir para esta colaboración está, pues, cifrado en hallar los males de la iglesia católica; pero aunque de primera vista pudieran parecer tan evidentes, ¿dónde encontrarlos? Y de encontrarlos, ¿los azuzaremos? ¿Es que debemos pensar la relación entre el mal y la divinidad (el irresoluble problema de la teodicea ya en ámbitos interminables del pensamiento religioso) o pensaremos simplemente en la tensión entre una moral laica y una moral católica, apostólica y romana (que no es, claro, ni católica [una fuente, entre otras, de la interpretación de Biblia], ni apostólica [pues el apostolado como jerarquización del estamento institucional responsabiliza a un hombre {el Papa}, falible, del destino de muchos, sin que este se enfrente nunca, ay, a sus nefandas consecuencias], ni romana [pues el Estado Vaticano, a pesar de su cercanía geográfica con Roma, es solamente el avatar simbólico {económico, político y turístico, sobre todo} de una estamentación anacrónica que reiteradamente ha demostrado la superación de su vigencia para dar consuelo fuera de la resignación, es decir, de la moral de los vencidos], pero que pervive como resto de sí misma), expresamente para condenarla?  ¿Condenarla, sí, como nos enseñaron en el catecismo? Quis qustodiet ipsos custodes

No, no condenaremos: condenar, es decir, separar el trigo de la cizaña es precisamente acceder a la pulsión interiorizada de afirmarnos frente a lo otro en términos coloniales, una estrategia plenamente católica. Intentemos, si acaso, pensar algunos aspectos de la religión organizada; vayamos más allá de sus supuestos organizacionales. Mostremos, pues, que si el hombre necesita fe, bien puede capacitársele para elegir (acaso crear) la fe que necesite y responsabilizarse por ella.

2. Cuando él la conoció ella le dijo que era casada. Más de 10 años ya. Se dio por enterado, amarrando los perros del deseo para que no la mordieran. Se terminaron soltando, los cabrones. Según Deuteronomio 22, los hombres de su casa deberían apedrearla por adúltera; según Juan 8, el que esté libre de pecado debería comenzar el apedreo. El problema es que, al final, cada hombre de su casa, al enterarse (y si fuera creyente, piensa, él rezaría para que nunca se enteraran, aunque secretamente, hombre libre pero condenado voluntariamente a ella, lo desea), deberá afrontar el peso de la decisión y el contexto de la interpretación de ambas zonas de la ley. Por eso es ateo, porque no le gusta generar consenso cuando se trata de hermosas.

3. ¿Pero será él, seré yo realmente ateo? Ha sido un debate constante en mi generación: creemos en algo, pero no queremos que nos digan en qué creer. Recuerdo por ejemplo una Semana Santa cuando mi abuela vino a casa. Ella y mis padres iban a misa todos los días, y yo me quedaba en casa leyendo y sin bañarme (hay cosas que en la vida no cambian). Ese Sabadodeglória, Abuela me preguntó si yo no creía Dios o en caso de creer, en qué creía. Le dije que creía en algo divino, pero que no creía en la liturgia católica, y para el caso, en ningún tipo de religión organizada. Entonces tenía ella unos 70 años. Mucha de la poesía que escuché de niño venía de sus letanías y cantos; estoy seguro que tiene mejor memoria bíblica que yo. Sólo dijo “bueno, mientras creas en algo está bien. Todos los dioses son el mismo dios.” Si la frase me la hubiera dicho alguien de mi edad, su eficacia retórica hubiera sido la misma; pero viniendo de una mujer que de uno u otro modo había dedicado buena parte de su vida a la iglesia, la frase me llegó con la inercia de una verdad imparable. Me sentí validado de pronto en una posición agnóstica (existe un principio organizador, pero no nos es dado conocerlo, a lo más suponerlo o inventarlo) por una interlocutora confiable.

4. Tengo para mí que hay un dios secreto en cada cosa.

5. Tendría que decir por qué la iglesia es mala, es la parte del ensayo que tengo que entregar, me digo. Es mala porque nos hace sentir culpables. No puedo creer que exista un pecado original; y si existe, equipara a nacer con un pecado. Y hacer un pecado lo que se dice original, en el sentido tan austero de “nuevo”, de novedoso, es realmente tan difícil...

6. Creer en el pecado es crearlo. Como un diagnóstico, el enfermo sólo sabe que lo está si alguien le inocula el nombre de su enfermedad.

7. Crear es siempre creer, pero creer no es necesariamente crear. Hay realidades que la Iglesia no nombra pues de este modo cree suprimirlas. Conclave: poner bajo llave, bajo complicidad, el acuerdo siniestro sobre lo real de lo real.

8. Nietszche mató a Dios; Dios mató a Nietszche, pero primero lo volvió loco. Bien podríamos traer a la esposa de Job durante la locura de Friedrich para hacerle eco de su “maldice a dios y muérete.” ¿Esa imagen va en contra de dios o de la Iglesia? No importa: Nietszche también dijo, tal vez parafraseando a Juvenal, que el que desea cazar monstruos debe cuidarse de no convertirse en uno. ¿Condenaremos pues a la Iglesia o al creyente? ¿Al indio o al que lo hace compadre? ¿Condenaremos?

9. Todo hombre es responsable de todos los demás hombres, ha dicho Sartre. Si continuamos un poco por esa línea, no será difícil ver que todo hombre dentro de una fe es responsable por la pervivencia de esa fe, es decir, es responsable de esa fe a través de los otros hombres. Si el dios católico o cristiano (tomato/tomatoe) ama individualmente a cada hombre, ¿podrá hacerse responsable cada hombre de la barbarie y la atrocidad de dos mil años de Cristianismo? ¿Puede un hombre del xxi dar cuenta de las Cruzadas, de la Inquisición, de los procesos de Evangelización brutal con fines de explotación en América, Asia y África? ¿De los contagios de enfermedades venéreas en países no desarrollados porque los misioneros no ofrecen educación sexual? ¿De los violadores de niños que son sistemáticamente protegidos por Benedicto XVI a través de una sutileza legal, a saber, que en tanto crímenes de apóstoles han de ser juzgados primero en la ley católica antes que en la ley del estado, que es donde sus crímenes impactan el tejido social? La culpa sin duda es otra estrategia ideológica sumamente efectiva: claro, todo católico asume estas culpas, ahí está la treta. Ese es el verdadero pecado original, el de los oídos sordos, el de la complicidad silenciosa, o si se prefiere en términos más formales, el de la falta de problematización de la propia fe. Por eso es siniestra la fe: te dará lo que necesitas a condición de hacer mutis frente a todo lo demás.

10. Para quitarme el absurdo temor a los muertos, mi madre me inculcó el miedo a los hombres. Para matar en mí el miedo a los hombres, aprendí arduamente el temor a los dioses. Para matar la sombra que en mí dejaron los dioses, escribo. ¿Pero quién me quita el miedo a la mirada furiosa que sale de mi caligrafía -tigres silenciosos- desde el fondo de la página?

11. Dejé de ir a misa cuando me enteré que no estaba bien visto levantar la mano y pedir la palabra.

12. Condemnare: de damnare, dañar o retirar crédito. Su acepción es netamente de origen financiero y administrativo. La condena eterna es en ese contexto el seguir pagando una deuda que nunca puede saldarse. El origen de la división paraíso-infierno, bien-mal, es el desarrollo de una ideología de transacción: el creyente se obliga a contraer esa deuda y, lo que es más perverso, a aceptar de antemano que nunca podrá pagarla. El daño al ego de Dios cometido, según la teología, en el viejo jardín, es, por tanto, irreparable.

13. M. se fue, entre otras cosas, porque no quise casarme con ella. Me parecía ridículo, le dije. Fue cuestión de principios el no acceder a persignarme, a ver al sacerdote como si estuviera de acuerdo, a responsabilizarme de esa complicidad. Casémonos en todas las religiones, me dijo, si eso te hace sentir mejor. Me negué. Creí que el amor no necesitaba legitimarse, y es cierto; ella tampoco cree que el amor se legitime, pero que puede compartirse ritualmente con la gente que es importante. No me atreví a hacerme responsable de mi amor por ella frente al mundo. Si de algo debo arrepentirme, es de eso. El pecado original me parece menor comparado al pecado contra uno mismo: el miedo.

14. Hecho: más del 90% de la población estadunidense cree que existe un dios y que ese dios los ama a cada uno individualmente [Harold Bloom: The American Religion]. El problema, supongo, es que cada uno quiere para sí el dios de los demás. Se sabe que desde hace tiempo el dios cristiano tiene el comportamiento de la propiedad privada.

15. Breve apunte hermenéutico: Jerome Rothenberg dice que el lector de la Torá en la tradición judía es un “testigo de los sentidos de un texto privado de vocales.” En términos de la performatividad del rito, la Iglesia no es sino el órgano regulador de la correcta interpretación del rito. Pero el rito, a fuerza de repetirse, cambia: el rito está tan vivo como el hombre. No es sólo el misterio de la transustanciación (el que en cada misa el cuerpo y sangre del Cristo encarne en el pan y el vino), y para pronto, lo que ocurre en el catolicismo tiene muy poco que ver con el rito. Kafka cuenta (perdónese el resumen atroz) la historia de una ofrenda que cierto pueblo hace a sus dioses en determinada fecha. El problema es que los jaguares siempre llegan a devorar las ofrendas. La solución es integrar a los jaguares en el rito. 

El rito, ante todo, es narrativa: construcción a partir de una legítima necesidad humana --esto es, necesidad que no emerge de la conciencia divina-- de sentido. La física teórica también avanza por tanteo, por prueba y error. Lo sagrado permanece latente y efectivo a pesar de que el rito cambie: necesitamos construir sentido. El problema es que rindamos nuestra propia capacidad para generar estos sentidos a un órgano censor que genera sentidos a su conveniencia. En este cariz, la Universidad es tan siniestra como la Iglesia. Etcétera.

16. Llamo milagro a la coincidencia del deseo y el azar. Si en el dios católico el azar no existe, entonces todo es milagro; el problema es que el deseo queda vacante. Se es católico a condición de rendir el deseo, operación mística. Si todos fuésemos santos, no necesitaríamos a dios.

17. Como condición social, la existencia de la ley. No importa qué ley. ¿La ley existe para regular comportamientos o los comportamientos se limitan a lo que la ley les permite? ¿Si la constitución mexicana pronta a cumplir su primer centenario ya se siente anacrónica, cuánto no lo serán los libros de Deuteronomio, Levitico o Hechos? Para consuelo de los fanáticos, aún más viejas son el Código de Ur-Nammu, el Poema de Gilgamesh y las Instrucciones de Shuruppak. Cuando Código de Hamurabi se talló, aquellas eran ya leyes e historias antiguas incluso para los contemporáneos del rey Uruk, 2600 años antes de Cristo.

18. Ejercicio:

a) Llegar a una población pre-letrada de la selva amazónica con una edición decente de La muerte de Superman (Superman Vol. 2 #75).

b) Realizar en el seno de esta población algunos milagros (en grabaciones de antropólogos recientes pueden verse hombres de esta zona asombrados por un encendedor, por una pluma, por los anteojos del camarógrafo; no se crea la imagen del buen salvaje: es lo mismo que ocurre con un occidental enceguecido al pasar por el barrio luminiscente de Akihabara en Tokyo, la misma perplejidad obnubilada, la misma secreta repulsión.) Procurarles la embriaguez; curar algunos enfermos; enfrentarlos a la visión terrorífica de los helicópteros. Eso deberá bastar.

c) Construir una narrativa donde tales capacidades curativas y de tecnología vengan dadas a los que las realizan gracias a la enseñanza de Clark Kent, un hombre de un lejano pueblo, concebido en circunstancias misteriosas lejos de nuestro mundo, que salva a este mundo donde él siempre fue extranjero investido en su faceta de Superman; donde muere en circunstancias atroces peleando contra la encarnación del mal, Doomsday, toda vez que, al dar su vida por nosotros, nos deja su enseñanza.  

d) Desarróllese una mitología alrededor de la misericordia: la persona tripartita de Superman (Clark Kent, Kal-El y Superman) podrían destruirnos, pero no lo hacen. Sobre este mito fundar las bases de la explotación sutil del crédulo por parte de los portadores del cómic, representantes de la divina “S”. Hacer memorabilia según las posibilidades. Festejar fiestas, fundar un apostolado (Batman podría ser buen candidato para Pedro.)

e) Como Superman salió de entre los muertos, así también los que crean en él tendrán vida (y visión de rayos X) y morarán en el Reino como ha sido escrito en The Reign of Superman (Action Comics #687) por los siglos de los siglos.

f) ¿La veracidad de la historia? Está escrita y dibujada. ¿Qué más pruebas necesitamos? Ajusticiar a los disidentes, a los que traigan propaganda de Marvel y otras creencias nefastas.

19. Un pequeño apunte a favor de excepciones benéficas dadas en el seno de la Iglesia Católica: San Juan de la Cruz, místico agnóstico; Santa Teresa, poeta del erotismo salvaje; Maimónides, místico de la lógica; San Agustín, teólogo de la provocación; Thomas More, que puso la sociedad perfecta en su lugar; Fray Bernardino de Sahagún, a quien le debemos los vestigios de la (pagana) religión azteca; el financiamiento del Renacimiento europeo; Johannes Sebastian Bach a quien Dios, según Cioran, debe su existencia; Mendel, el padre de la genética, que posibilitará los clones y los zombis; la música gospel; dos o tres navidades en la vida y Buck Mulligan, porque debería existir y tomar el papel del edulcorado Santa Claus.

20. Dado el caso que Dios exista y que de existir tenga un plan; y que de tener un plan, este contemple nuestras azarosas decisiones individuales en un sistema previamente autorizado, medido y contemplado; y que de contemplar estas decisiones, pueda variar el curso de nuestra vida, es decir, que nuestras decisiones formen parte del plan divino pero que Dios nos haga creer que este plan cambia en función de nuestras necesidades; y, que de acceder a los caprichos humanos, aún y todo, nos pidiera creer en Él, con todo esto, me niego a creer en un Dios que acceda a conceder tales deseos; en un Dios del ego y la vanidad humana puesto en el lugar de la responsabilidad individual de un hombre frente a sus semejantes; en un Dios que, en suma, tenga todos los defectos del hombre sin tener ninguna de sus virtudes. 

Dios, en tanto que está construido como sujeto a imagen y semejanza del hombre, es el ideal perverso del hombre: el que vive y reina en la total impunidad, el que no conoce el perdón (YHWH del Viejo Testamento) o el que ofrece redención a través de la militancia y la propaganda (Evangelios), el que no debe responder a nadie por sus actos y el que tiene la potestad de la decisión -no de la justicia. La Iglesia: el órgano que a través de la sumisión voluntaria allana el camino de la explotación; institución administrativa de la credulidad, la ignorancia y la existencia de un otro mundo paradisiaco o infernal a condición del secuestro de este mundo. Todo infierno y todo paraíso se suceden, aquí, ahora, en la pura percepción que nos hacemos de nuestra propia "realidad" (la cuál, según Nabokov, siempre debe escribirse entre comillas).

CODA (o “A manera de oración desesperada”): Creo, por otro lado, en lo sagrado de todas las cosas, especialmente de las creaciones humanas. La verdadera tragedia del hombre es no ser dios. Tristeza que si no borra, en algo ayuda a soportar el arte. Eso merecería, espero, otro lugar para desarrollarse.

Creo en ti. Eres mi paraíso y mi infierno. Eres mi otra, la que me prometieron en el viejo, improbable jardín.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Alegato portátil contra la Navidad

‎Celebramos el ritual de Papá Noel porque nuestros hijos (se supone que) creen en él y no queremos decepcionarlos; y ellos fingen creer para no desilusionar nuestra creencia en su ingenuidad (y para recibir regalos, por supuesto.) -Slavoj Žižek. 


El contexto de la cita anterior es el sujet supposé savoir de Lacan, pero en el contexto navideño se deducen varias cosas. Para apuntar sólo unas pocas: la Navidad es un juego perverso, mas necesario, de engaños, en el modo formal en que el sexo lo es (todos lo practicamos pero nadie lo dice abiertamente). 


La utilidad de la apariencia es la de mantener la continuidad de la textura de la realidad: hacemos "como si" todos participáramos de ese conocimiento no aprendido porque ello fundamenta nuestra pertenencia a la sociedad y no querríamos "decepcionar a todos" haciéndoles ver que sabemos "la verdad". Se dice que no es paranoia si te persiguen en realidad; del mismo modo, participar de lo social es ser cómplice de las estrategias de ocultación de lo social dentro de sí mismo, o dicho de otra forma, de un secreto que nadie confiesa. Lo maravilloso es que no hay secreto, todos lo sabemos, pero hacemos como si lo hubiera por el bien de lo social.


Por otro lado, ya en pleno terreno navideño, la cita anterior implica que el lazo "familiar-natural" que la Navidad volvería sólo más evidente, no es sino una treta que remarca involuntariamente la inexistencia de tal vínculo. Es decir: si en realidad amáramos a nuestra familia y amigos no tendríamos necesidad de una "fecha especial" para recordárnoslo o para expresarlo. Es algo que simplemente haríamos. Es porque no los amamos, o para "purgar", en la lógica cristiana del pecado, el hecho de que hemos pensado que nuestra familia y amigos son gente que puede lastimarnos (o que en el fondo odiamos), que la Navidad funciona como un catalizador de la culpa. Uno tremendamente efectivo. 


El regalo no es sino la culpa materializada. El verdadero regalo es aquel que precisamente es ajeno a su valor de uso, dicho de otro modo, el que se da porque sí, porque es ofrenda puesta en el lugar de un sentimiento legítimo. El verdadero regalo es un dar que no espera nada, no un vulgar "intercambio" como los que se acostumbran en estas fechas. En ellos, damos no porque queramos dar, e incluso ni siquiera para recibir, sino para participar de esa estructura que fundamenta la sensación de comunidad y pertenencia. Otra avatar de la treta del intercambio es que, en una de sus modalidades burocráticas más perversas, uno hace del otro sólo el medio de su propio deseo: les decimos qué regalarnos. Con todo, este tipo de intercambio es más legítimo, porque no presupone que la gente se conozca tan bien como para saber qué le gustaría recibir, y no los pone en el aprieto de tener que aceptar que, al final, el otro --de nuestra familia, de nuestro trabajo-- permanece como total desconocido para nosotros.


La Navidad es un secuestro y un chantaje emocional comunal del que todos participamos por el bien de la convivencia, una alucinación colectiva tremendamente efectiva que se pone en el lugar de un vínculo y una solidaridad vacía -- porque si no, la sociedad se viene abajo bajo el peso de la verdad: que estamos ulteriormente solos. Por lo menos, hasta que el humano se manifieste, demuestre lo contrario sin ser "forzado a ello". Es decir, no hay mérito en querer a alguien cuando es el momento de que "todos nos queramos." Eso es trampa. Querer a otro, manifestar afecto cuando en realidad los odiamos, a pesar de que nos hayan lastimado o cuando merecerían todo nuestro desprecio sería una forma de crear una comunidad verdadera, a mi parecer, tan necesaria en estos días. 


Felices fiestas.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Escuchando el aburrimiento, de Joseph Brodsky

Una parte sustancial de lo que viene delante de ustedess será reclamado por el aburrimiento. La razón por la que quisiera hablarles de esto hoy, en esta noble ocasión, es por que no creo que ninguna escuela de artes liberales los prepare para esa eventualidad. Ni las humanidades ni la ciencia ofrecen cursos sobre aburrimiento. A lo más podrían familiarizarlos con la sensación, incurriendo en ella. ¿Pero qué es un contacto casual con una enfermedad incurable? El más monótono zumbido proveniente de un atril o el más disperso libro de texto escrito en inglés ampuloso no son nada comparados con el Sahara psicológico que comienza justo en sus dormitorios y no conoce horizontes.

Conocido por muchos nombres angustia, hastío, tedio, abatimiento, monotonía, pamplina, apatía, languidez, impasibilidad, letargo, languidez, etc. el aburrimiento es un fenómeno complejo y, por mucho, un producto de la repetición. Parecería, entonces, que el mejor remedio podría ser la inventiva constante y la originalidad. Esto es lo que desearían ustedes, jóvenes imberbes. Por desgracia, la vida no les dará esa opción, pues el medio principal de la vida misma es precisamente la repetición.

Claro, uno podría argumentar que los repetidos intentos de originalidad e inventiva son el vehículo del progreso y, en el mismo sentido, el de la civilización. Sin embargo, al enumerar los beneficios retrospectivos, esto no es lo más valioso. Porque si dividimos la historia de nuestra especie a partir de los descubrimientos científicos, sin mencionar los nuevos conceptos éticos, el resultado no sería muy impresionante. Tendríamos, técnicamente hablando, siglos de aburrimiento. Las mismas nociones de originalidad o innovación describen la monotonía de la realidad estándar, de la vida.

El otro problema con la originalidad y la inventiva es que, literalmente, paga. Si pueden probar dotes para cualquiera de ellas, eventualmente les lloverá dinero. A pesar de que esto pueda ser deseable, la mayoría de ustedes sabe de primera mano que nadie se aburre tanto como los ricos, pues el dinero compra tiempo y el tiempo es repetitivo. Asumiendo que no nos dirijamos directamente a la pobreza, uno puede esperar que nuestro ser sea atacado por el aburrimiento tan pronto como las primeras herramientas de autogratificación estén disponibles. Gracias a la tecnología moderna, estas herramientas son tan numerosas como los síntomas del aburrimiento. A la luz de su función —proveernos el olvido de la redundancia del tiempo—, su abundancia es reveladora.

En lo tocante a la pobreza, el aburrimiento es la parte más brutal de su miseria, y escapar de ella supone formas más radicales: la rebelión violenta o la drogadicción. Ambas son temporales, pues la miseria de la pobreza es infinita; ambas, por esa infinitud, son costosas. En general, un hombre que se inyecta heroína en las venas lo hace por la misma razón que ustedes rentan una película: para desmarcarse de la redundancia del tiempo. La diferencia, con todo, es que él gasta más tiempo del que tiene, y que sus medios de escape se vuelven tan redundantes como aquello de lo que escapa, más rápidamente que los de ustedes. En conjunto, la diferencia táctil entre la aguja de una jeringa y el oprimir de un botón del estéreo difícilmente corresponde a la diferencia entre la agudeza del impacto del tiempo sobre los desposeídos y la sosería de su impacto sobre los ricos. Pero ya sean ricos o pobres, ustedes serán invadidos inevitablemente por la monotonía. Ricos potenciales, les aburrirá el trabajo, los amigos, los esposos, los amantes, la vista desde su ventana, el decorado o el tapiz de su habitación, sus pensamientos, ustedes mismos. En consecuencia, inventarán modos de escapar. Además de los gadgets autogratificantes que mencioné antes, podrían intentar cambiar de trabajo, de residencia, de compañía, de país, de clima; podrían probar la promiscuidad, el alcohol, los viajes, las lecciones de cocina, las drogas, el psicoanálisis.

De hecho, podrían juntar todas estas y por un tiempo puede que funcione. Hasta el día en que, claro, despierten en su habitación en medio de una nueva familia y un papel tapiz diferente, en un estado y clima diferentes, con una pila de deudas del agente de viaje y el loquero, aún con la misma sensación añeja de la luz del día entrando por la ventana. Se pondrán los mocasines sólo para descubrir que no tienen agujetas que los levanten a ustedes mismos de lo que ya reconocen. Dependiendo de su temperamento y edad, entrarán en pánico o en la resignación de la familiaridad de esa sensación, o tal vez pasarán por la monserga del cambio una vez más. Neurosis y depresión entrarán en su léxico y las pastillas en su cajón de medicinas.

Básicamente, no hay nada malo en hacer de la vida una búsqueda constante de alternativas, en explorar por distintos trabajos, esposos y todo lo demás, siempre y cuando puedan pagar la pensión alimenticia y los recuerdos confusos. Este predicamento, después de todo, se ha vuelto suficientemente glamoroso en la pantalla y en la poesía del romanticismo; el problema, sin embargo, es que después de mucho tiempo esta búsqueda se vuelve un trabajo de tiempo completo, y su necesidad de alternativas se vuelve el equivalente a la dosis diaria del drogadicto.

Pero existe aún otra vía para salir del aburrimiento. No una mejor, tal vez, desde el punto de vista de ustedes, y no necesariamente segura, pero recta y no costosa. Cuando sean golpeados por el aburrimiento, permitan que los oprima; sumérjanse, toquen fondo. En general, con las cosas indeseables, la regla es que mientras más pronto se toque fondo, más rápido se asciende. La idea aquí es extraer una vista completa de lo peor. La razón por la que el aburrimiento merece tal escrutinio es porque representa al tiempo puro y no diluido, en todo su repetitivo, redundante, monótono esplendor.

El aburrimiento será su ventana a esas propiedades del tiempo que uno tiende a ignorar por el peligro que representan para nuestro equilibrio mental. Es su ventana a la infinitud del tiempo. Una vez que esta ventana se abra, no traten de cerrarla; por el contrario, déjenla bien abierta. Porque el aburrimiento habla el lenguaje del tiempo, y les enseña la lección más valiosa de sus vidas: la lección de su completa insignificancia. Es valiosa para ustedes y para aquellos con los que van a codearse. “Eres finito”, nos dice el tiempo en voz del aburrimiento, “y cualquier cosa que hagas es, desde mi punto de vista, fútil.” Como la música para los oídos, esto, claro, podría no contar; con todo, el sentido de futilidad, de limitada significación de sus más ardientes o incluso mejores acciones, es mejor que la ilusión de sus consecuencias y el subsecuente autoengrandecimiento.

Porque el aburrimiento es una invasión del tiempo en su esquema de valores. Pone sus existencias en una perspectiva apropiada, el resultado neto de lo que es precisión y humildad. La última, hay que notarlo, produce la primera. Mientras más aprendan sobre su propia medida, más humildes y compasivos se volverán con sus semejantes, con el polvo girando en un rayo de sol o ya inmóvil sobre la mesa.

Si hace falta el aburrimiento paralizador para hacerles familiar su insignificancia, entonces celebren el aburrimiento. Ustedes son insignificantes porque son finitos. La infinitud no es terriblemente viva, ni terriblemente emocional. Su aburrimiento, al menos, les permite saber eso. Y mientras más finita es una cosa, más cargada de vida está, de emociones, alegría, miedos y compasión.

Lo bueno del aburrimiento, de la angustia y del sentido propio de insignificancia, de la existencia de todo lo demás, es que no es una decepción. Traten de aceptar, o permítanse ser aceptados, por el aburrimiento y la angustia, las cuáles de cualquier modo son más grandes que ustedes. Sin duda encontrarán asfixiante su seno, pero traten de permanecer ahí tanto como puedan, y luego un poco más. Sobre todo, no piensen que han metido la pata en algún momento, no traten de rastrear sus huellas para corregir el error. No: como dijo W.H. Auden, “confía en tu dolor.” Este incómodo abrazo de oso no es un error. Nunca lo es nada de lo que te importuna.

[Extracto de “Elogio del aburrimiento”, adaptado para el Darmouth College. Publicado en Harper's Magazine, V. 290 No. 1738, pp. 11 y ss., marzo de 1995. Traducción de J.R.]

sábado, 17 de diciembre de 2011

Apuntes para una definición de la respondencia o Sábado

, C. me regaló la palabra "respondencia" en un restaurante mientras terminábamos una segunda orden de tostadas de atún. Hablábamos de poesía -¿de qué más hablamos, C.?- y hablábamos de la poesía no como una irrupción de la voluntad en el curso de la vida, sino como de una lectura posible de la vida misma, de algo ya implícito en el curso de la vida misma frente a lo cuál la escritura era particularmente reactiva. La escritura es particularmente reactiva, sí, pero sólo si se entiende la escritura como un modo particular, contingente, de la atención, no como, por así decir, el medio prevalente de la atención.

, Uno estaría tentado a escribir que, por definición, el acto de escritura es privativo frente a cualquier otra acción; es decir, que uno no escribe mientras conduce un auto, mientras se baña, mientras tiene sexo o mientras recoge ropa de la lavandería, aunque nada lo impida en realidad. Tal vez yo no sea un escritor y nunca pueda serlo, me digo, porque para mí escribir es siempre una acción que ocupa -que inocula- un espacio que no le pertenece, infectándolo, por así decir, y extendiéndose en ese espacio que no le es propio. Creo que sólo mediante esa postura irruptiva, mediante ese gesto que podríamos llamar colonialista de la escritura frente al espacio propio de otra cosa, es que la escritura es posible.

, Tomé clases con Huberto Batis más allá de los créditos necesarios para aprobar tal o cuál materia que impartía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Lo hacía porque, a diferencia de la transmisión de un saber, a diferencia del desarrollo "natural" de un curso universitario cualquiera (si puede haber un contexto menos "natural" que ninguno sin duda es una clase, una situación académica), en sus clases, Batis daba libre curso a la asociación de ideas e imágenes, citas y anécdotas. Esto, lo supe ahora como entonces, es algo que pocas veces puede experimentarse en un aula: el estar expuesto a y el ver la exposición de, un inconsciente libre de toda reserva del yo; o, paradójicamente, una ficcionalización y editorialización tal del yo que la frontera entre lo real y su testimonio se difumina de tal modo que uno es incapaz de notar tal diferencia, si existe del todo. Lo que nadie puede enseñar y, con todo, Batis muestra -no enseña-, es un método para imaginar.


, Respondencia deriva de una ruptura en la palabra "correspondencia", en el centro de su asumida, frágil unidad. Una correspondencia es un camino de ida y vuelta, algo que al corresponderse se estabiliza, se vuelve discernible. La respondencia en el sentido en que yo la entiendo es sólo un camino, un movimiento que se afirma a sí mismo sin finalidad -por así decirlo, sin destinación. Así, una respondencia es sobre todo un riesgo y se parece a una respuesta que obtenemos por gracia, frente a la cuál, el rastreo de la pregunta es apenas una modalidad accesoria para acceder a la dirección que toda respondencia que se precie de tal, plantea.

, La última vez que hablé por teléfono con Batis para informarme sobre su estado de salud, la conversación -o diría, el monólogo- se extendió durante poco más de una hora. Se habló de los tipos de cáncer y su quirúrgica, de Efraín Bartolomé, del movimiento zapatista del 94, de la novela por entregas, de Melville, del jamón conocido como bola de cerveza, de la destilación del whisky, de Christo -el artista-, de Sophie Calle, de Salvador Elizondo, de la cortesía, de Cristo -el profeta-, de vírgenes medievales y de venus prehistóricas.


Intermedio:


Canines roped

Hoy sábado decidí no asistir a una cita que tenía a las 10 am y dedicarme a leer desde temprano. Me senté en un café y me puse a leer. Como siempre pasa en los cafés, uno accede a un espacio límbico de suspensión del tiempo; una chica desayunaba con su madre mientras una perra negra, no sé si labrador, pero más pequeña, descansaba a sus pies, visiblemente aburrida. De una veterinaria cercana salió una perra muy parecida, llevando a cuestas a una señora muy habladora. La primera perra, a quien llamaremos Nena, reaccionó frente a la irrupción de la segunda perra, a quien llamaremos Pedrisco porque, como nos enteraremos, Pedrisco es perro y no perra.

Como Nena no tenía correa corrió a encontrarse con Pedrisco, o a reencontrarse, pues sus dueñas se reconocieron de un escarceo previo de sus mascotas. El problema fue cuando la dueña de Pedrisco quiso llevárselo: luego de unas cuantas vueltas y correrías calle arriba y abajo, Pedrisco y Nena eran virtualmente indistinguibles, al menos a la distancia. Cuando regresaron, la dueña de Nena trató de amarrar a Pedrisco, quien la miró con extrañeza. Nena tampoco se dejó llevar por la dueña de Pedrisco. Fue posible identificarlas, salomónica solución, al observar el sexo respectivo de los perros. Como madres irresponsables, las dueñas rieron nerviosas y dejo de escribir, pensando que he narrado una pieza intermediaria en un arte de comedia para matemáticos.

Fin del intermedio


, Fantasía de otredad: no ser yo y, a la vez, tampoco ser otro. No me interesa la identificación sino la desidentidad, es decir, el paso de una identidad a otra; lo que el ser es mientras está en devenir. El estado límbico del ser, por así decirlo: al verse privado de la eterna mirada de Dios, el habitante del Limbo se priva de la mayor gloria pero, a la vez, desconoce esa misma gloria de la que está por siempre privado. Citando libremente a Giorgio Agamben, el habitante del Limbo no echa de menos la contemplación de Dios más de lo que un hombre sensato se lamenta por su incapacidad para volar.

, Una respondencia es el espacio propio para la hospitalidad de la contingencia.

, Siempre he dicho que soy incapaz de escribir ficción por una imposibilidad diría genética de creer en la palabra, si no, lo que es peor, por una inclinación moral hacia la verdad. Lo cual, claro, es mentira: si un talento tengo es el de la mentira. Pero el que yo no pueda escribir ficción del tipo que es más familiar -es decir, en los "géneros literarios" del cuento o la novela, siguiendo esa parcelización de la escritura cuyo agrietamiento es innegable-, no significa que la ficción no pueda escribirnos. Lo digo en un sentido más filosófico que poético: al participar del delirio colectivo que constituye el uso del lenguaje, opuesto este a la experiencia "pura", entendiendo esta como una experiencia no verbal, digo, al participar de la palabra participamos no de lo que nosotros queremos que el lenguaje diga, sino de lo que el lenguaje dice a través de nosotros. Es Derrida y Lacan for dummies, claro; pero en un punto de un trabajo serio frente al lenguaje hay que encarar la siniestra posibilidad de que el lenguaje sea el que habla y que el sujeto sea apenas una ficción creada por él. La respondencia, pues, es el mecanismo de la atención que muestra precisamente esa imposibilidad del lenguaje para esconderse a sí mismo, para escondernos de él. Una respondencia es una ilatencia, en el sentido en que hace que un contenido latente deje de serlo, sin prestarse por ello a su total manifestación. Una respondencia es la mitad perdida no de algo, sino de nada.

, Una respondencia es el estornudo del azar.


, Huberto Batis estuvo al frente del suplemento cultural Sábado! del periódico unomásuno durante 25 años. Otra manera de contar esa historia, fuera de la rigurosamente hemerográfica, sería decir que Batis es testigo privilegiado de la historia literaria y cultural de México durante la última mitad del siglo xx. Otra manera más sería decir que sus clases en la facultad son el b-side de la historia de la literatura mexicana. Algunos creen -lo escuché más de una vez de mis, por así decirlo, compañeros- que se trata sólo de chismes de la ciudad letrada. El problema es ver con acritud el chisme. No me tomaré mucho tiempo en ello, pero creo que cierto chisme es una de las formas principales de la curiosidad. Claro, no es lo mismo escuchar el insípido relato de las inseguridades de alguien que no conocemos que saber el tipo de cerveza que le gustaba beber a Goethe, o el efecto devastador que producían en García Ponce los paisajes naturales. Menos que la mitificación de la vida privada de los escritores, lo que está en juego es el modo de configuración de una imaginación -relatada, además, por boca de un magistral narrador oral como es Batis.

, La respondencia no es sólo una libre asociación de ideas y referencias culturales, sino un modo de identificar y guardar registro del asombro. En realidad se trata sólo de un nombre para designar algo que de todas maneras la gente suele hacer al reconfigurar una coincidencia. Cualquier forma de relato respondencial podría comenzar por "vas a creer que lo inventé, pero...", etc., que es un gesto que busca evidenciar la perturbadora simetría que las caracteriza. Algunos llaman a ese estado modestamente delirante con el nombre de "sincronía", lo que limita el asombro a un encuentro en el tiempo. Podríamos decir que una respondencia es la implantación de una duda radical en la textura de la realidad, algo como un "mostrarse" de las costuras mediante una sutil suspensión de la incredulidad. Esta definición bien podría servir también para definir el arte Dadá, el arte objeto de Nicanor Parra y el teatro, dejando felizmente a las respondencias como tal sin definición propia.

, Este es el espacio de la respondencia: el espacio que deja vacante la irrupción de la nada.